Apenas unos días después de nuestra última excursión, mientras buscábamos poner fecha para la siguiente salida, la cual se iba más allá de las cuatro semanas, las fuertes nevadas cambiaron el color de casi toda la sierra de Tramuntana. Al principio sólo fue una idea fugaz pero al final decidimos que teníamos que aprovechar que la nevada y la siguiente etapa que debíamos recorrer formaban un excelente ejemplo de estar "en el lugar y en el momento adecuado".
Así que el domingo, justo cuando el cielo se empezaba a pintar de color claro, salimos de nuevo de camino a Tramuntana.
Era una buena mañana en el cielo, no excesivamente despejado pero lo suficiente para atraparnos la vista ya desde que nos acercamos a la zona de Palma. Desde la carretera, las montañas se hacían gigantes con su color blanco pintándolas de mitad para arriba y aunque el sueño y el cansancio de un sábado físicamente agotador (al menos por mi parte) nos mantenía en silencio y algo aletargados, se nos pintaba una sonrisa en la cara al ver regresar la nieve a la maravillosa isla de Mallorca.
Poco después de las 8.30h de la mañana ya estábamos de vuelta en Biniaraix. Dejamos el coche junto al torrente casi en el mismo lugar que hacía una semana y nos pusimos en marcha hacia el barranco.
Después de atravesar el pequeño pueblo y dejar atrás el lavadero junto al camino ya encaramos la brecha por la que desciende el torrent de Biniaraix el cual tenemos intención de remontar hasta colarnos entre las cimas más altas de la serra.
Al llegar al curso del torrente, atravesamos el puente que se convierte en un sendero empedrado que al instante comienza a ascender.
Es una mañana fría, muy fría y las nubes, como de costumbre, se cierran sobre las montañas que parece que nunca son capaces de superar y tiñen de ese color pálido todo cuanto vemos, todo menos la nieve que salpica las cimas que curiosamente es lo único que tiene un color diferente.
El ascenso es un monótono camino que sólo se ve endulzado por el musical sonido del agua corriendo colina abajo saltando de una piedra a otra hasta que llegamos al gorg de can Catí que hoy se llena de agua que baja desde la cascada y sigue con fuerza hacia abajo.
Después de pararnos a merendar en ese rincón junto al curso del agua, algo que muy pocas veces podemos hacer, seguimos con nuestro ascenso hacia el coll de l'Ofre.
El camino sigue zigzagueando cada vez más atado a la pared del barranco, con su perfecto empedrado que se va tapando del blanco hielo que se ha formado a causa de la nieve machacada, lo cual hacía nuestros pasos más inseguros y lentos. La nieve se iba acumulando también conforme íbamos ganando altura y desde aquí, veíamos a lo lejos Sóller e incluso el faro de Muleta que nos daban una idea de lo lejos que puede llevarnos el simple hecho de caminar.
Mucho antes de llegar a la altura del salt dels cans ya nos veíamos rodeados de nieve, incluso la figura del Cornador parecía más imponente cuanta más nieve se iba acumulando en las laderas y las cimas más inaccesibles se mantenían desnudas con su color gris.
Así seguimos paso tras paso hasta llegar al collado junto a las casas del Ofre.
Aquí se abría el valle ya cubierto por completo de una gruesa capa de nieve, de las montañas que nos rodeaban, prácticamente ni rastro tapadas por las nubes.
Siguiendo el sendero de apenas medio metro de ancho que habían dejado otros excursionistas a su paso, nos dirigimos hacia el norte, no sin antes hacer alguna que otra estirada en esas zonas que nadie había tocado y tenían ese aspecto de merengue.
Cada paso que dábamos fuera del sendero, se hundía hasta casi las rodillas, así hasta llegar al pla de l'Ofre que corona una cruz de metal. Ahí, un grupo disperso de unas decenas de excursionistas hacían del lugar más parecido al campamento base de una alta montaña que a un lugar en la isla de Mallorca. A esta altura, rozando los 1000 metros de altitud la niebla cayó sobre nosotros hasta apenas dejar una visibilidad de unos metros, más allá era como nadar en un cuenco de leche: todo blanco.
Nada se veía ni se reconocía más lejos de lo que teníamos delante de la cara, apenas figuras en movimiento eran el resto de excursionistas y de nuestro destino, Cúber, ni rastro, sólo un débil reguero de pasos que se alejaba del lugar y se adentraba en la espesa niebla.
Después de fotografiar este maravilloso instante, seguimos uno tras otro hacia el valle donde debía estar el embalse.
Al poco de reanudar la marcha, llegamos a una arboleda de esas de película.
Es uno de esos escasos momentos en que nuestra mente deja de estar en Mallorca para volar a un lugar absolutamente diferente. La niebla se alzó lo justo para ver los troncos oscuros de los árboles rayar todo frente a nosotros, en el suelo, que no veíamos ni bajo nuestros pasos, capas y capas de espesa nieve que lo cubría absolutamente todo y rompiendo el silencio que este paisaje imponía, las gotas de deshielo que caían desde las ramas de los arboles marcaban un continuo tempo que nos animaba a seguir caminando para no acabar mojados de agua helada.
En algunos claros aparecían árboles con las ramas cargadas de nieve hasta hacerlas bajar rindiéndose a la fuerza incluso algunos que habían cedido completamente y yacían ya volcados y casi ocultos bajo el manto blanco y pensamos que sólo haría falta una repentina nevada para borrar el camino y encontrarnos en un lugar absolutamente desconocido para nosotros a pesar de haberlo recorrido varias veces en el pasado.
Así, paso a paso salimos de la vegetación y la niebla se despidió de nosotros como quién deja escapar a un pájaro enjaulado y de pronto, a lo lejos, aparecía el embalse de Cúber.
A nuestra derecha se alzaban Sa Rateta y Na Franquesa, dos de los tres "miles" que flanquean este valle, rodeados de nubes dispersas que contrastan con el cielo azul que hoy tiene ese azul, tras las nubes, que sólo tiene el cielo después de una tormenta, brillante y profundo, y la nieve, que allí sólo ha conseguido agarrarse a algunos salientes, aquí abajo había convertido este despejado valle en una nube gigante e impoluta.
Ya junto al embalse nos sorprendió que parte de él seguía aún cubierto de una fina capa de hielo y cuando ya empezábamos a ver el final de esta preciosa excursión, otra gente que nos íbamos encontrando en sentido contrario nos informaron de que la carretera estaba cortada, así pues, la idea de que nuestro taxi llegara aquí para recogernos se iba esfumando.
Después de pasar sobre la presa atascada de nieve, recorrer todo el camino que bordea el embalse y llegar, al fin, hasta la carretera, confirmamos que no había tráfico abierto en la carretera y que debíamos volver a pie hasta Biniaraix.
En este punto habíamos acabado formalmente nuestra octava etapa, apenas 10km nos habían ocupado 5h de caminata y decidimos seguir la carretera por si más abajo se abría el tráfico y podíamos seguir con el plan del taxi para no volver por el camino hecho a través de la nevada y descender el barranc con su empedrado peligrosamente congelado.
Así pues nos pusimos en marcha por el asfalto que había sido liberado de la nieve que se amontonaba en la cuneta alcanzando una altura y un grosor impresionante.
El primer tramo ascendía hasta la base militar donde las vistas del puig de ses Vinyes y su pared vertical era impresionante así como el aspecto de la carretera rodeada de nieve y árboles tapados de blanco. Desde ahí ya comenzamos a descender y a la vez a buscar un modo y un lugar donde parar a comer.
Después de pasar por el túnel, oscuro y con un incesante goteo de agua desde todas partes, acompañado de un tiro de viento helado llegamos hasta un grupo de excursionistas que se habían apostado sobre un montón de nieve a modo de barra de bar lo cual nos dio la solución para calmar el hambre que ya, sinceramente, nos estaba ganando las fuerzas.
Un poco más abajo paramos pues en una de esas cunetas llenas de nieve, sacamos nuestros cacharros y al fin comimos.
Ahí sentados sobre la nieve resultaba irónico pensar en lo que llevábamos recorrido en esta aventura, días calurosos de sol que acabaron tomando un refresco junto a la playa llena de bañistas, lluvia que nos caló hasta los huesos, viento que no nos dejaba ni entendernos a pesar de estar uno junto al otro… y ahora ahí estábamos en ese momento, sentados sobre la nieve. Y todo ello en Mallorca.
Después de comer continuamos nuestro descenso por la carretera que cada vez se iba llenando de más y más gente y cada vez con menos aspecto de excursionistas, lo cual nos hizo pensar en que estábamos cerca de donde los coches podían llegar y así fue en parte, cuando pasado el punto kilométrico nº 42 llegamos a un valle repleto de gente. Justo cuando llegamos vimos un cartel de GR221 que inicaba Fornalutx a 1h de camino siguiendo por el sendero de curioso nombre "s'alzina fumadora".
Aún recordábamos como en nuestra última excursión, en el tramo final y junto a Binibassí, de camino a Biniaraix, vimos un desvío en dirección a Fornalutx asi que sumando tiempos esperábamos en apenas hora y media quizá estar ya en el coche. Vistas las previsiones, nos olvidamos del taxi y seguimos el sendero alejándonos del bullicio estridente de la gente.
El camino se adentraba en un bonito pinar y superaba un monte "decorado" por la nieve y desde donde veíamos el cielo ir tomando un color anaranjado, después descendimos y casi media hora después escuchábamos otra vez la gente y llegamos nuevamente a la carretera.
En verdad estábamos un poco desorientados al principio porque no nos esperábamos encontrar una carretera al final del paseo pero de pronto nos dimos cuenta de dónde habíamos ido a salir pues teníamos frente a nosotros el punto kilométrico nº 43.
Habíamos recorrido un camino de montaña de casi media hora para avanzar apenas unas centenas de metros que podríamos haber hecho siguiendo la carretera en unos minutos...
Aix.
Bueno, después de ese desagradable momento vimos por donde continuaba el camino de la ya no tan simpática alzina fumadora, la cual no conocimos por cierto, y comenzamos un fuerte descenso por un bonito camino empedrado hasta llegar a Fornalutx.
La nieve había desaparecido ya totalmente de nuestro alrededor y el sol había bajado hasta asomarse bajo las nubes y pintarlo todo de atardecer.
Después de dejar atrás el pueblo, continuamos por un tramo de carretera y salimos en el primer desvío que nos llevó a Biniaraix sin pasar por aquel camino que esperábamos tomar, y es que quedaba más arriba aún, pero bueno la verdad es que por ese día, ya habíamos tenido suficiente.
Finalmente estábamos en el coche con una cuenta final de 9 horas y algo más de 24 kilómetros y una desagradable sorpresa:
el afán recaudatorio de las asquerosas autoridades había ordenado multar, en un día tan señalado a causa de la nieve a todo aquel que había aparcado en el tramo entre Sóller y Biniaraix, tramo en el que siempre se ha aparcado sin ser multado y donde no existe ninguna prohibición de aparcar salvo que, curiosamente, es un tramo interurbano considerado como carretera, con lo cual, está prohibido aparcar según la ley vial aunque en ningún lado se dé a conocer el tipo de vía de que se trata.
Vomitivo que aprovechen un día así para hacer caja. Las ganas de joder y de aprovecharse de la gente no tiene límites para la clase política, nadie de los que aparcaron en plena carretera de los muchísimos que lo hicieron camino a Lluc fueron multados, porque no hay HUEVOS es más fácil hacerlo a escondidas en donde nadie vaya a protestar, cobardes.
En la cuenta del kilometraje y tiempo sólo sumaré lo que cuenta para la ruta GR221.
Ya hemos superado los 100 kilómetros de ruta! :)
Hasta la próxima.