domingo, 6 de marzo de 2016

Crónica: de Cala Pi al Cap Blanc

Hace unas semanas Caminets de Mallorca salía a caminar por segunda vez esta temporada. Como seguíamos con la excusa del bajo estado de forma por parte de los dos abuelos, que, visto lo visto, se han tomado muy en serio su papel de abuelos, elegimos una ruta sencilla y no muy larga, bordeando la costa donde suele haber un desnivel prácticamente insignificante.
Así que aquella soleada mañana de sábado salíamos de casa algo más tarde de lo habitual bajo un cielo totalmente despejado luciendo un color azul espectacular.
A eso de las diez de la mañana llegábamos a la diminuta urbanización de Cala Pi, donde dejamos el coche y comenzamos a caminar.
La estrecha cala se cubría aún por la sobra de la mañana y nos envolvía con un fresco típico de una mañana de invierno en Mallorca.
Al bajar por la escalera de piedra llegamos a la playa que luce buena parte de la orilla cubierta de algas aunque el arenal se extienda cortando la tierra isla adentro formado por la desembocadura de un pequeño torrent. Los embarcaderos apilados bajo el acantilado y algunos colgando de él literalmente nos traen el aroma pesquero de este lugar aunque poco queda ya de él.
Caminando sobre las rampas para arrastrar las barcas tomamos una escalera que escala la ladera de caliza hasta llevarnos al llano de Capocorb donde nos paramos a merendar.
Bajo el sol matinal que se va alzando al este, la sombra de la vecina isla de Cabrera siluetea el horizonte y el mar en absoluta calma no alza ni una mancha de espuma en el vasto azul del mar. Pocas veces disfrutamos de un momento tan agradable para merendar y esa mañana ninguna prisa tuvimos para acabar y seguir la marcha. A nuestros pies deseábamos esperar a que la sombra dejara paso a los rayos del sol y ver iluminarse el agua de esa preciosa cala mientras el silencio de una Mallorca invernal nos transportaba a un estado de paz absoluta. Al otro lado de la pequeña Cala Pi, se alza la antigua torre de vigilancia del mismo nombre que parece ser el punto desde donde se decidió rasgar la tierra para formar la playa.
Después de una parada muy relajante aunque algo más larga de lo normal, nos pusimos de nuevo en marcha para continuar la ruta que seguía un pequeño sendero en dirección al mar.
A los pocos minutos de camino, llegamos junto a la diminuta Cala Beltrán que apenas lucía aspecto de cala. La estrecha brecha conduce hasta a una orilla de apenas unos metros de piedras pequeñas y grava que se adentra enseguida en el pinar que cubre el pequeño valle que fue por donde cruzamos atravesando uno de los pocos tramos cubiertos de árboles que encontraríamos en todo el camino.
Poco después de ascender hasta el llano de nuevo, tocamos con el litoral de la punta de Capocorb donde el paisaje se convirtió en un monopolio de caliza recortada por el embate del mar y el viento.
Más allá de las diferentes puntas que la costa cortada dibujaba ya se distinguía la forma de la torre del cap Blanc aunque aun quedaba lejos.
Poco antes de llegar a una zona denominada Es Carril, mi madre, alias "la portadora de la guía", nos anunció que, según leía, en algún lugar de esta zona habíamos de encontrar una pequeña marca oculta junto a un gran pino desde donde podríamos descender a una cueva situada apenas a unos metros sobre la superficie del mar y que sólo era visitable en días con el mar en calma ya que con mal tiempo, el mar la azotaba y la hacía inaccesible.
Así pues pasamos de ser tres excursionistas a ser tres detectives.
Por un momento nos hicimos dueños del "divide y vencerás". Nos separamos. Yo cubría la zona más cercana al mar, con la mirada escudriñando cualquier sombra entre las piedras que pudiera ser algo parecido a una cueva. Más arriba, rastreando las pocas muestras de vegetación, los otros dos "detectives" buscaban el llamado "gran pino" que, al ser lo más alto de la zona las pocas matas de apenas unos metros de altura, lo que en cualquier otro lugar sería un pino mediano o pequeño, aquí podía significar un gran pino... pero bueno, cuando ya nos habíamos olvidado por completo del objetivo de la excursión y lo más extraño que habíamos visto eran unas matas con forma de cuña, decidimos dejar el tema y seguir adelante.
Ciertamente no lo dejamos apartado del todo, así como íbamos acercándonos a Es Carril, revisábamos palmo a palmo con la vista las paredes blancas como cal pura que son en busca de algo que pareciera un sendero de descenso, pero no hubo suerte y es que en verdad parecía imposible que en esos acantilados rectos hasta el mar como cortados a cuchillo, pudiera haber forma alguna de descender de forma segura.
Cuando por fin dejamos atrás todo aquel jaleo accedimos a la antigua zona militar del Cap Blanc.
Un antiguo cartel y un alambre de espino nos advertía de que no podíamos continuar aunque, por suerte, aquel tiempo ya pasó y ahora ya se puede recorrer el sendero que sigue bordeando el litoral.
Pasamos junto a un antiguo puesto de vigilancia colgado literalmente en el borde y pocos metros después estábamos junto a la antigua torre de vigía. Más adelante llegábamos junto al faro de Cap Blanc.
Bordeando el pequeño muro que rodea el edificio llegamos junto al camino que da acceso desde la carretera y, como la barrera está cerrada, así como todo el lugar en si mismo, saltando la pared accedimos al patio para retratar al grupo en la entrada del faro... pero teníamos un problema, la fémina del grupo sentía que estábamos violando la propiedad privada y se negaba a posar sus civiles pies en suelo militar. Pero llegado el momento, salto la pared y cual gacela corrió despavorida hasta plantarse frente a la cámara y quedar retratada en la foto de grupo.
Muy bien madre!
Pensaríamos que con igual presteza volvió a salir del recinto pero no fue así, al final le cogió el gusto y aprovechó para hacer su barrido fotográfico.
Conseguimos salir cuando los vehículos del ejército sonaban ya a lo lejos y la infantería se desplegaba por todo el lugar para detenernos por delincuentes... por supuesto, nada de esto pasó sino que salimos tranquilamente por donde habíamos entrado subrayando que incluso en el patio trasero del faro, el que da al mar, se han colocado barandillas de madera para que no haya peligro para quién quiera pasar un rato en ese lugar disfrutando de una de las vistas más bonitas del horizonte oeste mediterráneo.
Ya recuperada la calma comenzamos el camino de vuelta por el mismo sendero que habíamos llevado hasta ahora.
Pasado ya el mediodía, el sol calentaba como en un día de primavera aunque se había levantado algo de viento que hacía ver el mar algo más revuelto mientras a lo lejos seguía Cabrera acompañándonos como había hecho durante todo el día aunque nos hubiéramos despistado algún momento buscando la misteriosa cueva.
Poco antes de llegar de vuelta a la punta de Capocorb pasábamos de nuevo por un tramo de pista rural de grava, ancha como una carretera que nos hizo sospechar de un intento de urbanización que se confirmaría al dar con un tramo donde aún sobrevive el asfalto puesto para tal efecto. Siguiendo, esta vez, este camino, cruzamos Cala Beltrán por un paso más alejado del que habíamos tomado en la mañana y poco después estábamos de nuevo junto a Cala Pi, habiendo recorrido el camino de vuelta mucho más rápido que en la mañana.
Justo a la hora de comer nos sentábamos bajo un dúo de pinos que nos enmarcaban la cala y la vieja torre.
Esta vez el sol ya había levantado todas las sombras de la mañana y la arena del fondo de la cala hacía brillar el agua tan espléndida como sólo se ve en estos meses de descanso turístico. El viento no hacía tan agradable esta parada como lo fue en la mañana y las orugas de los pinos hicieron que no tardáramos en seguir la marcha.
Bajamos de nuevo la escalera recortada que nos llevaba a los embarcaderos donde el blanco de sus paredes contrastaba con las barreras verdes y que nos recuerdan tanto a esas antiguas postales de la isla. Las algas parecían mezclarse con la arena y no cubrirlo todo de su color marrón oscuro mientras que cruzábamos la playa hasta la escalera del otro lado que nos llevaría de nuevo hasta la parte superior junto a la urbanización.
Antes de coger el coche para volver a casa, llegamos hasta la torre que habíamos visto sólo desde lejos con el mar entre nosotros y que se clava en esta punta de Cala Pi. Más allá se ve la costa de Sa Ràpita con su línea blanca de arena de uno de los lugares más reconocidos de la isla como es la playa de Es Trenc.
Con esta preciosa vista, cuando el color anaranjado de las primeras horas de la tarde comenzaba a pintar la caliza, poníamos punto y final a esta ruta corta pero bonita y muy marinera.

El kilometraje no está completo, no lo pusimos en marcha justo al comenzar. Pequeño fallo.
Hasta la próxima.
Víctor






Distancia: +/- 14km
Tiempo: +/- 5h

Mapa de la ruta, clicar al enlace
de Cala Pi al Cap Blanc

Gráfica de altitud
(clicar en la imagen para ampliar)