lunes, 26 de diciembre de 2016

Ermita de la Trinitat, Son Gallard, Valldemossa

Hola!
Hace unas semanas, aprovechando los primeros días festivos de diciembre, salíamos a caminar y a intentar quitarnos un poco del estrés laboral que nos hacen acumular estos días de fin de año.
Una perfecta y soleada mañana del otoño que poco a poco se acercaba a su fin nos daba los buenos días mientras dejábamos Felanitx en dirección a Valldemossa, ese pequeño pueblo de la Tramuntana mallorquina que no necesita presentación.
Minutos antes de las 9 de la mañana, dejábamos el coche junto a la ermita de la Trinitat la cual visitamos brevemente ya que el frío de esta ladera sombría no daba mucha tregua al cuerpo.
Atravesando la entrada principal, y en un pequeño patio interior, se encuentra la pequeña ermita, todo construido en piedra gris como la que abunda en toda la húmeda sierra y siguiendo un corto paso, nos asomamos al mar desde un balcón junto a un jardín donde la figura del fundador Joan Mir sigue presente.
De vuelta en el exterior de la ermita, nos adentramos en el encinar que todo lo envuelve, por un sendero que serpentea, inicialmente por varias pequeñas construcciones anexas al recinto de la ermita. Más adelante empezaban a aparecer los primeros círculos y casetas de carboneros que tanto abundan en estas zonas de encinar.
Cuando caminamos por uno de estos paisajes donde la vegetación absorbe todos los ruidos externos, la tranquilidad inunda nuestra mente y nos dejamos llevar por la paz de la naturaleza. Sólo se oyen algunos pájaros y la gotas de rocío cayendo de las ramas al suelo tapizado de hojas. La vista no llega más allá de lo que la espesura le permita llegar así pues el sendero es dueño de nuestros sentidos.
El frío desaparecía mientras nos manteníamos en movimiento pero nos íbamos cruzando con muchos lugares que nos hacían detenernos.
Entre ramas y arbustos, de vez en cuando podíamos ver el mar que parecía congelado, inmóvil y oscuro rodeando el brazo de la Foradada aún a la sombra de las montañas. O como un gran muro de piedra que apareció junto a un abrevadero para animales, vestigios de la actividad del pasado y en un lugar donde los árboles aún no habían decidido hacerse dueños, nos sentamos a merendar.
Ese día íbamos a probar las empanadas de un horno de Campos pero creo que tuvieron más éxito las pequeñas napolitanas de chocolate y el coquito que ellas y como que la temperatura de la mañana aún no había ascendido como para dejarnos perder demasiado tiempo, pronto decidimos continuar la marcha.
Poco después, en una pequeña confusión de caminos, tomamos la dirección incorrecta aunque ello nos valió para dar con el mirador dels Tudons. Esta simpática construcción se alza en forma de torre circular después de una larga escalinata de piedra lo que ciertamente parece ser algo desproporcionado si sólo se trata de un mirador aunque las vistas sobre la Foradada merecen la pena.
Regresando sobre nuestros pasos, continuamos caminando ya en dirección a la pared de els Cingles de son Rullan mientras comenzábamos el primer ascenso serio del día.
Afortunadamente nunca fue en continua subida sino que de vez en cuando un pequeño tramo llano o una leve bajada nos dejaba tiempo para recuperar fuerzas así como el bonito sendero que zigzagueaba de un lado a otro abriéndose paso a través de la pendiente nos mantuvo la atención puesta en los detalles más que en el cansancio.
Ya en el estrecho de Son Gallard, volvíamos a orientarnos hacia el suroeste con lo cual empezábamos a cerrar la ruta circular que teníamos pensado recorrer.
El valle entre las dos montañas ascendía suavemente mientras la luz del sol que calentaba al otro lado de la vertiente alumbraba entre los árboles al final del camino justo en el collado de Son Gallard donde nos encontramos con el camino del Arxiduc que otras veces hemos recorrido
Así pues, nos sentamos unos instantes en el cruce de caminos, bebimos un poco e iniciamos un nuevo ascenso que conocíamos pero de haberlo recorrido en sentido contrario.
Al fin el sol se hacía notar. La tierra ya no estaba ennegrecida por la humedad ni las piedras cubiertas de musgo, se acabó el tono sombrío que habíamos llevado con nosotros durante toda la mañana y tomamos la vitalidad del sol para caminar hasta lo más alto donde se sitúa el antiguo refugio.
Y allí nos sentamos de nuevo para disfrutar de las vistas en un día magnífico. Kilómetros de cielo azul sin apenas ni una mota blanca de nube. Hacia el sur, a lo lejos incluso la silueta de Cabrera se anima a saludar, al oeste la bahía de Palma brilla dorada bajo el sol, al norte un mar que se mantuvo absolutamente plano durante todo el día se extendía hasta el horizonte y al este la larga sierra de Tramuntana se hace enorme con contrastes de luz y sombra.
Seguimos después del pequeño descanso, pasando junto a la cima de la Talaia Vella desde donde comenzamos a descender y un rato después llegamos al mirador de Can Costa.
La última vez que estuvimos aquí, estaba en proceso de restauración y no sabíamos muy bien qué íbamos a encontrarnos. Felizmente no se repitió la fea acumulación de material de construcción que había aquella vez, en su lugar había una ruidosa acumulación de adolescentes que estaban más interesados en conseguir un buen selfie para postureo en redes sociales que en la belleza del lugar pero bueno, con algo de ingenio conseguimos sacar alguna foto libre de "contaminación" y aunque no pudimos disfrutar con el silencio y el tiempo que se merecía, valió la pena volver a visitarlo.
Seguimos pues bajando frente al sol de mediodía hasta llegar al pla des Pouet donde siempre se nota la actividad de limpieza forestal.
Desde ahí volvíamos a dejar el sendero conocido y, a pesar de que seguíamos una guía, empezaron los problemas de orientación.
En cuanto dejamos atrás el valle, los caminos se volvieron prácticamente imperceptibles.
Siguiendo el que más aspecto de camino tuvo y después de llanear lo que nos pareció un tramo enorme, llegamos al mirador de Na Torta con su forma puntiaguda, donde se contemplaba todo el valle de Valldemossa hasta el mar.
Volvimos rápido sobre nuestros pasos ya que Pepi se nos escapó como si el mismo Lucifer estuviera escalando la pared del mirador y hubiera que huir por salvar nuestras vidas y no la alcanzamos hasta llegar de nuevo casi junto al lugar donde los caminos desaparecían.
En ese punto iniciamos una búsqueda entre árboles y plantas de algo que indicara un sendero pero tan solo seguíamos vagos indicios de que algo pudiera ser un camino hasta que conseguimos bajar al lecho del torrente que, según la guía, debíamos atravesar pero ya habiendo dedicado mucho tiempo sin éxito a conseguir un camino claro, decidimos remontar el torrente hasta llegar de nuevo al pla des Pouet donde decidimos para a comer.
Ya más relajados, volviendo a un lugar conocido, disfrutamos de la comida cuando ya empezábamos a entrar en las primeras horas de la tarde.
Regresamos pues por el camino de Son Moragues hasta llegar a las calles de Valldemossa.
A estas alturas ya nos habíamos desviado bastante de lo previsto pero como, en el planteamiento inicial, teníamos pensado para a comprar coques de patata a la vuelta, aprovechamos e hicimos la compra en ese momento.
La solución improvisada de tomar un taxi que nos llevara de regreso hasta la ermita de la Trinitat, donde teníamos el coche, también falló así que no nos quedó más remedio que ponernos de nuevo en marcha para recorrer la carretera que nos separaba del fin de este día de excursión.
Saliendo de Valldemossa y tomando el desvío hacia Deià, caminamos al lado de la carretera hasta pasar junto al restaurante de Can Costa donde nos desviamos al camino propio de la ermita y un rato después, al fin, llegábamos, más tarde de lo esperado, al coche para volver a casa.
Excursión bonita aunque tanta confusión en los tramos desconocidos restó encanto y tranquilidad al día rematado con tener que recorrer esos kilómetros finales por carretera hasta el coche.
Sabor agridulce al final.
El kilometraje y mapa sólo incluye la excursión hasta Valldemossa, el tramo de carretera no se incluye.
Hasta la próxima!

Perfil de altitud (clicar para ampliar)









Fecha: 3 de diciembre de 2016
Distancia: 14km
Tiempo: 6h 23m

martes, 1 de noviembre de 2016

De Canyamel a sa Font de sa Cala

Hola!
Hace unas semanas Caminets de Mallorca salía a caminar su primera excursión de la temporada.
La mañana de sábado se levantaba totalmente soleada como viene siendo este otoño donde el calor se resiste a partir y poco después de las 8.30h salíamos de Felanitx.
En esta ocasión habíamos buscado una excursión cercana y aparentemente no demasiado exigente aunque otras veces que salimos con esa idea al final acabó siendo más duro de lo esperado...
Al llegar al pequeño núcleo costero de Canyamel dejamos el coche y dimos nuestros primeros pasos junto al torrente, del mismo nombre, donde un pequeño y variado grupo de aves acuáticas nos daba la bienvenida con sus graciosos graznidos.
Patos y ocas nadaban tranquilamente por el pequeño estuario mientras algún valiente nos seguía con torpes pasos por la pasarela de madera que recorre el borde del agua hasta llegar al puente junto a la playa donde el sol ya calentaba toda la costa este mallorquina.
Dejando el mar a nuestra espalda, comenzamos a alejarnos de la urbanización por la carretera que discurre entre el campo de golf y la atalaya junto al puig de s'Heretat, a la que debíamos ascender hacia el final de la excursión, aunque aún no pusimos la vista en ese punto y seguimos por la carretera unos kilómetros hasta desviarnos hacia el propio campo de golf de Canyamel.
Sin entretenernos a echar una partida, tomamos un sendero tras un gran cartel brillante con el nombre de nuestro primer destino: es Claper dels Gegants.
El estrecho camino serpentea entre bajos acebuches y algunos pinos hasta que llegamos a los restos del poblado prehistórico donde paramos a merendar que ya iba siendo hora.
Después de disfrutar de nuestras empanadas y del dulce de calabaza hicimos una pequeña visita al lugar. Principalmente se trata de los restos de una construcción circular con grandes piedras, restos de un amurallado periférico y algunas construcciones más de las que poco se puede apreciar, todo envuelto en palmito, carrizo y otras matas que no dejan mucho que ver de lo que en su día fuere un completo poblado talayótico.
Seguimos nuestro camino regresando al sendero junto al golf y poco a poco pasamos de un estrecho sendero a un camino rural, desde donde volvíamos a ver el azul del mar a lo lejos, y de ahí a un camino de grava por el que ya pasamos junto a las primeras residencias hasta al fin pisar de nuevo asfalto en las calles de sa Font de sa Cala.
Sa Font de sa Cala es otro pequeño núcleo costero de los muchos que hay salpicados en este tramo de litoral, que en parte han sabido sortear lo peor del turismo de masa. Pequeños hoteles instalados entre casas de residentes que se mezclan con pinares en solares aún vacíos o incluso reservados como espacio público.
Al final nos esperaba la playa donde una mezcla entre calma otoñal y calor, acompañaba a los últimos turistas que no dudaban en aprovechar el maravilloso clima balear dándose un baño o tomando el sol.
Nosotros fuimos sólo espectadores de paso y seguimos por las calles que bordean el mar y desde donde comenzamos, casi por primera vez en el día, a caminar en ascenso.
Al principio anduvimos entretenidos por los grandes chalets que íbamos viendo así como las vistas que se abrían del mar entre uno y otro aunque pronto se hizo algo tedioso seguir caminando por las calles del pueblo hasta que apareció al frente de nosotros la torre de Canyamel.
Así pues dejamos al fin la urbanización y comenzamos un leve descenso por un pinar que nos tapó las vistas del monte que se iba levantando frente a nosotros y que nos separaba, en este tramo, del final de la excursión.
Después de pasar por un antiguo horno de cal que nos recordó a las excursiones de Tramuntana donde son tan comunes, comenzó un ascenso ya más pronunciado y casi envuelto en vegetación ya bajo la sombra de la ladera de la Talaia Nova donde lo único que nos alegró el duro camino fueron unos madroños que endulzaron un pequeño descanso que tomamos.
Cuando conseguimos cruzar al otro lado de la ladera, donde el sol volvía a iluminar el camino, apareció de entre los árboles la Talaia Vella y sobre ella, la torre de Canyamel algo que disgustó agriamente a Pepi que puso en duda que esa fuera en realidad la torre a la que debíamos ascender hasta que, después de un suave llano entre los dos montes, comenzamos de nuevo otro ascenso.
Ciertamente fue una de las subidas más verticales que habíamos hecho, casi como si subiéramos por una escalera, íbamos de piedra en piedra o sobre las raíces de los árboles subiendo la ladera hasta que llegamos a escasos metros de la cima que tuvimos que rodear para poder acceder, al fin a la atalaya.
Nos sentamos a la sombra de la construcción en primer término para descansar, beber un poco y recuperar el aliento de este ascenso de apenas 200 metros de desnivel... y es que, como llevamos diciendo desde que acabamos el GR221, nos estamos quedando desentrenados... ejem.
Las vistas eran espectaculares gracias también a un día maravilloso con el cielo azul y un sol radiante que hacia brillar las casitas entre el verde de los árboles y que pintaban el litoral hasta el faro de Cala Ratjada que se veía a lo lejos, más allá nuestra vista llegaba incluso hasta la vecina Menorca donde se podían distinguir claramente los edificios más cercanos. Así de limpio estaba el cielo. Y hacia el sur, detrás de la torre, Canyamel era la extensión de la blanca arena y el azul transparente hacia el interior hasta la antigua torre medieval que luce una figura espectacular.
Poco después, comenzamos el descenso igual de abrupto que la subida aunque mucho menos agotador lo que nos hizo despertar el estómago mientras recorríamos, bajo el pinar que rodea la urbanización, los últimos metros antes de volver a la calles de Canyamel y de ahí, deshaciendo los primeros pasos que dimos en la mañana, cruzando el puente y despidiéndonos de los patos, volvíamos al coche donde poníamos fin a esta primera excursión de la temporada y donde empezaba el camino de vuelta donde pararíamos a comer... en el Burger King, ideal.
Hasta la próxima!

Perfil de altitud (clicar para ampliar)









Fecha: 15 de octubre de 2016
Distancia: 12km 810m
Tiempo: 4h 36m

viernes, 14 de octubre de 2016

Presentación temporada 2016 - 2017

Me llena de orgullo y satisfacción presentar una nueva temporada para Caminets de Mallorca.
La temporada pasada fue de nada a algo jaja, es decir, estuvimos completamente parados hasta ya entrado ya el 2016 y cuando parecía que casi iba a ser un año sin excursiones, al fin, encontramos el momento para salir a caminar.
No fueron muchas pero más vale un poco que nada, así que este año esperamos superar el número de excursiones y poder completar un año muy rico en cuanto a nuevas rutas.
Desde que hicimos aquel proyecto del GR221 hemos vuelto a la improvisación a la hora de decidir qué excursión hacer, nos miramos algo más las predicciones meteorológicas y hemos abierto bastante el mapa recorriendo zonas más apartadas del clásico Raiguer y Tramuntana y la verdad es que nos hemos sorprendido bastante encontrando paisajes maravillosos y sobretodo siempre muy marítimos.
Este año empezaremos improvisando y despacito que aún no sabemos como están las piernas después de tanto verano y quizá vayamos dándole forma a una nueva idea que nos ronda por la cabeza aunque hará falta mejorar el aspecto físico de algunas zonas abdominales jaja
Así pues arranca un nuevo año para Caminets de Mallorca, el octavo ya, que parece tanto y a la vez tan poco así que continuaremos alargando su historia y compartiendo nuestras experiencias en este blog.
Y para inaugurar esta temporada, dejaré las fotos de nuestra excursión veraniega al Torrent de Pareis aunque estoy un poco mosqueado con el señor Google pues anda cambiando cada dos por tres el funcionamiento del almacenamiento de fotos y creación de álbumes y es una odisea estar investigando cómo hacer las cosas que antes se hacían fácilmente como era publicar el álbum en cada crónica, ahora ya no se publica en forma de imagen que enlaza al álbum sino que hay que conformarse con un soso vínculo escrito. Bueno habrá que adaptarse...
Sin más que añadir, feliz temporada 2016 - 2017 para nosotros y para todos los que nos sigan bien sea caminando o bien leyendo estas páginas.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Crónica: Fita del Ram

Hace calor.
Por eso y por vago, se me han pasado las semanas sin publicar las dos últimas excursiones de Caminets de Mallorca. La última, como no, fue hace 2 semanas al Torrent de Pareis, fotos que publicaré en un par de días para dejar cierto protagonismo a la crónica de la salida que hicimos a principios de junio.

Como era de esperar, en una soleada mañana de sábado nos pusimos en camino hacia Esporles, desde donde empezaba esta excursión que habíamos elegido pensando en el calor de estas fechas y que podía suponer un lastre muy duro.
Al llegar a Esporles, dejábamos el coche y comenzábamos a caminar... no en dirección a la excursión, sino que la primera parada la hicimos en el horno junto al mercado donde compramos lo más importante del día: la comida. Empanadas y dulces de chocolate no pueden faltar en un día de senderismo. Después, cargamos unas cerezas del mercado y ya sí nos pusimos a caminar, dejando atrás la iglesia, por las calles hasta dar con el camino de sa Font de Dalt desde donde dejamos el asfalto y comenzamos un corto ascenso que nos llevaría junto a la fuente y un gran abrevadero donde decidimos sentarnos a merendar.
Sí, apenas llevábamos 15 minutos andando y ya habíamos parado a comer.
La verdad es que fue un lugar ideal donde parar bajo la sombra de las higueras ya que, según el mapa, nos esperaba un largo recorrido por una pista asfaltada, donde seguro no habría sombra donde poder disfrutar de la merienda.
Así que después de acabar con unas empanadas que no nos harán volver a Esporles para repetir, nos pusimos de nuevo en marcha con el sol apretando fuerte sobre nosotros en cuanto pisamos de nuevo el asfalto.
El camino de Son Tries iba bordeando el monte que en un momento u otro íbamos a tener que ascender, ya que sobre él se haya la ermita de Maristel·la, aunque no teníamos muy claro cuando abandonar la carretera y así anduvimos, siguiendo el mapa que Pepi llevaba convenientemente, pasando por cada una de las fincas que en él se señalaban, el problema es que la lectura de la descripción no fue todo lo efectiva que debía ser, así que hasta que un servidor no se hizo cargo de la situación, no nos dimos cuenta que nos habíamos pasado el camino correcto hacía ya un buen rato.
Entonces no hubo más remedio que deshacer nuestros pasos hasta dar con el camino que comenzaba saliendo de la carretera por una barrera metálica que sospechosamente se encontraba frente a frente con lo que parecía ser el antiguo sendero de ascenso hacia la Ermita, con lo cual poco sentido tenía hacer que los senderistas caminen sobre asfalto en vez de recorrer un sendero. Un nuevo episodio negativo con nuestras pequeñas fichas del Govern...
Bueno, superado el error y por fin bajo algo de sombra, comenzamos a ascender, esta vez ya por una pendiente que era toda una declaración de intenciones.
Si hay que subir a un lugar Santo, que sea sufriendo.
Este año nos habíamos dedicado a elegir rutas facilonas y en general bastante planas pero esta vez estábamos subiendo todo lo que habíamos dejado de subir durante la temporada.
Por un continuo zig-zagueo, la pista, a ratos sobre hormigón y a ratos sobre grava, iba subiendo rápida y duramente mientras veíamos cambiar a nuestro alrededor la vegetación dejando atrás el seco pinar y cada vez más las encinas se iban adueñando del paisaje.
Lo mejor de aquel duro desnivel eran las vistas que de vez en cuando se iban abriendo paso entre los árboles. Desde aquí hasta el mar nos llegaba a la vista apareciendo tras los montes del raiguer mallorquín.
Al fin, en un llano del bosque, escondido tras las encinas, llegamos al Cor de Jesús.
Un mirador coronado con la figura de Cristo con sus brazos abiertos observa el pueblo desde las alturas, pintado de blanco inmaculado brillaba bajo el sol del verano que estaba a unos días de llegar.
Fue un instante, tampoco dedicamos demasiado tiempo pero sí que fue muy relajante después de aquella larga y extenuante subida lo que nos hizo olvidarnos un rato del cansancio, lo suficiente como para llegar, un tiempo más adelante, a la ermita de Maristel·la.
Se abría en La Mola un llano descubierto de árboles y en mitad de él, rodeado de tierra roja y piedras la ermita pintada de blanco se levantaba poco lucida rodeada de elementos de obra y barreras como si estuviera esperando la visita de un gran grupo de rock. En las nuevas dependencias un grupo de voluntarios ayudaban a mantener el lugar en condiciones, y se agradece, aunque en mi opinión se había sobreprotegido tanto el lugar que apenas se podía tomar una foto sin que apareciera algo espantoso en ella. A duras penas, casi asaltando el edificio, pudimos llegar al patio frente al pórtico de la ermita el cual sería más bonito sin todo ese alambre para evitar que se acceda a él. La visita fue fugaz y poco agradable sobretodo teniendo en cuenta el duro camino que hay que caminar para llegar ahí, no está de más poder sentarse junto a Maristel·la y beber un poco de agua tranquilamente mientras lees la historia de esta ermita. Pero no pudo ser.
Así pues nos pusimos en marcha en busca de la cima de la Fita del Ram que era nuestro objetivo y que según el mapa, no parecía quedar lejos.
Dejando atrás la ermita nos fuimos envolviendo de nuevo del encinar que afortunadamente nos tuvo a la sombra del buen sol que hizo prácticamente todo el día. El sendero que se había tapado de hojas caídas era el típico camino que recorre la sierra de Tramuntana atravesando sus bosques de encinas salpicado de antiguas casetas de carboneros con sus sitges, algunos hornos de cal y abrevaderos para el ganado que aún siguen almacenando agua.
La verdad es que el bonito camino que iba suavemente ascendiendo nos había tenido bastante distraídos, íbamos saltando de un camino a otro sin tener muy claro hacia qué punto nos dirigíamos ya que estábamos completamente cubiertos por el bosque, hacía un buen rato que ascendíamos y no parecía llegar nunca la prometida Fita.
Después de cruzar otra más de las paredes de piedras que dividen la ladera, ya con el camino prácticamente invisible, nos vimos en un nuevo ascenso que parecía buscar la luz entre las hojas de las encinas y como aparecido de la nada, después de escalar un pequeño y estrecho paso entre unas rocas ahí estaba el punto geodésico que marcaba la Fita del Ram.
Literalmente unos pocos metros de roca que los árboles no habían conseguido conquistar daban sitio a esta cima desde donde podíamos ver las cumbres más altas de la Tramuntana, así como muy a lo lejos se reconocía la ermita de Maristel·la, desde donde veníamos lo cual nos dio una idea del largo tramo que habíamos recorrido y del desnivel que habíamos conseguido ascender.
A partir de ese momento todo lo que nos quedaba era volver hasta Esporles lo que en principio y sabiendo que todo sería en descenso, parecía fácil.
Allá que nos fuimos, vuelta por el mismo camino ya en las primeras horas de la tarde al fin en descenso hasta que llegamos junto a uno de los abrevaderos que habíamos pasado hacía unas horas donde nos sentamos a comer.
La verdad es que estábamos ya bastante agotados cuando nos pusimos en marcha de nuevo y aún quedaba un buen tramo que recorrer.
Algo más de dos horas más tarde desde que dejamos la cima de la Fita del Ram volvíamos a estar en la ermita de Maristel·la que dejamos atrás esta vez desviándonos del camino que habíamos subido en la mañana, aún así el paisaje no cambió en absoluto.
Mientras descendíamos por aquella ladera tapada de encinas íbamos buscando la subida al Castellet que se describía en nuestra despreciada guía como un mirador al valle de Esporles.
No resultó fácil ya que llevábamos tanto rato descendiendo que no sabíamos si nos habíamos pasado o aún nos quedaba un rato para llegar, además de que en realidad no sabíamos que tipo de lugar era ese y a nuestra izquierda, donde debía alzarse el mirador, no veíamos más que lo mismo que la mayor parte del día, es decir, bosque y encina.
Pero de pronto ahí estaba, claramente una escalerita excavada en una pared de roca se agarraba hasta llegar a la cima de una elevación desde donde, una vez despejada la vegetación, efectivamente se veía una bella postal de Esporles.
Descendimos pronto para continuar la marcha y desde una roca cercana pudimos ver la gran peña gris que se elevaba con su forma cuadrada en forma de torre.
Nuevamente a la sombra del bosque notábamos como la luz que se colaba entre las hojas de los árboles se iba volviendo cada vez mas anaranjada y ya cansados del descenso llegamos hasta enlazar con el camí des Correu, que une Banyalbufar con Esporles a través de las montañas.
Este último tramo del camino serpenteaba entre el carrizo y pinar a la sombra de Es Penyal Gran y cuando se empezaba a notar el trabajo del hombre empedrando el camino llegábamos al fin a Esporles poniendo punto y final a esta perezosa temporada 2015-2016.

Fue una excursión larga y dura en los tramos de subida con bonitos paisajes de bosque y algún que otro detalle arquitectónico aunque quizá no de las más espectaculares.
Para completar el año, hace dos semanas recorrimos, como es habitual, el Torrent de Pareis del cual colgaré las fotos en un par de días o semanas para dejar algo de tiempo para esta crónica... que con el tiempo que me ha llevado colgarla ya se lo merece.

Caminets de Mallorca, hasta el otoño.

sábado, 4 de junio de 2016

Crónica: El Toro, Cala Figuera y Portals Vells

Sorpresa!
Pues sí, ahora que el calor empieza a apretar y dentro de nada ya no se podrá respirar por los caminos de montaña, nos animamos a salir jaja

El pasado sábado 21 de mayo salíamos de casa poco después de las 8 de la mañana ya con el cielo iluminado por un sol radiante y después de pararnos un instante a comprar nuestras empanadas en el único horno de Mallorca (quizá del mundo) que no tiene sus productos horneados a estas horas de la mañana, dejábamos Felanitx en dirección al cabo Este insular.

Pasado Palma, ya en el término municipal de Calvià, dejábamos el coche en la urbanización de El Toro y comenzábamos a caminar junto al mar y apenas unos pasos, literalmente, más adelante, nos parábamos a merendar.
En un saliente en la altura sobre el mar y al sol de la mañana nos sentamos a disfrutar de nuestras empanadas que, por el lado positivo, aún seguían algo calientes.
Frente a nosotros la punta de Sa Beca con su afilada forma tan espectacular, aplanándose cuanto más se afina y hace parecer que se clava en el azul del Mediterráneo. Ya separadas por estrechos pasos de agua, las formas redondeadas de Es Pans, Ses Barbines y la que da nombre a esta zona, Es Toro.
Al poco tiempo de haber retomado la marcha, cruzamos la barrera de lo que marcaba, hace años, el comienzo de una zona militar ahora ya abandonada y mi madre tuvo un momento de duda sobre si era seguro cruzar la barrera... la cual estaba prácticamente para nada más que impedir que pasen vehículos por el camino que se adentra en el pinar, pero bueno, afortunadamente la mujer vestía con una llamativa camiseta naranja así que, en el improbable caso de un ataque con vehículos blindados, ella sería el blanco fácil.
Bueno, así seguimos por el ancho camino hasta desviarnos hacia el litoral que nos llevaría por una seria de antiguos emplazamientos militares.
Primero nos encontramos con un puesto de ametralladoras bastante bien conservado desde donde se podía tener una vista fantástica de toda la cala de Rafeubetx y más adelante, siguiendo el sendero, pasamos por varios puestos de artillería y algunos polvorines desde donde salían túneles que comunican bajo tierra toda la zona militar.
Dejando atrás todo el viejo lugar, fuimos siguiendo la senda que serpenteaba entre la baja vegetación y los pinos que nos impedían ver el mar, con lo que perdimos un poco la noción de la distancia y la dirección que debíamos seguir hasta el punto que, al perderse el camino, nos vimos atravesando un poco a ciegas los matorrales hasta que, caminando en dirección al mar, dimos con un nuevo camino que al poco tiempo, nos mostraría a lo lejos el faro del cabo Cala Figuera.
Así pues cuando dejábamos atrás el pinar se iba acercando la figura de la antigua torre defensiva que se mantiene en pie milagrosamente envuelta en plásticos para protegerla de la lluvia y con una cara desmoronada pintada de hormigón que la sostiene con un aspecto en realidad triste y más cuando a unas pocas decenas de metros se alza sobre la caliza punta de Cala Figuera, el precioso faro que lleva el mismo nombre.
Con su torre pintada de blanco y negro con esa forma de espiral que lo hace quizá el más especial de la isla y su caseta blanca radiante clavada sobre una peña que parece haberse puesto ahí sólo con este fin, este es sin duda un lugar que hay que visitar.
Más cerca, donde ya una nueva barrera nos para los pies, dejamos un momento para que las gaviotas blancas que van y vienen rodeando el faro nos atrapen la vista y la lleven lejos hasta la sombra del Cap Enderrocat que siluetea el horizonte mientras un barco de Acciona nos trae el recuerdo de las veces que hemos visto este sitio desde el mar y hemos deseado verlo desde este punto donde ahora nos hayamos.
Nos despedimos del faro siguiendo por la carretera de viejo asfalto que llega hasta él pasando junto a unas antiguas instalaciones hasta que nos desviamos nuevamente dentro del pinar que nos llevaría en dirección al mar hasta llegar a las rocas que se elevan junto a Cala Figuera.
Poco a poco vamos descendiendo casi en vertical hasta llegar al nivel del mar donde se abre una pequeña calita de arena gruesa y piedras en el final del curso del torrente del mismo nombre. Mirando tierra adentro, vemos una enorme higuera que destaca en el corazón del curso y que seguramente tiene la culpa del nombre de tantas cosas en esta zona.
Cala Figuera luce espléndida en silencio, fresca, deslumbrante con aguas cristalinas que dejan ver el fondo de piedras doradas y arena blanca como si tan sólo lo cubriera todo un fino cristal mientras un grupo de pajaritos que anidan en los altos huecos de las paredes de la cala nos acompañan el momento con su musical silbido.
Cruzando la orilla del mar, volvíamos a ascender por entre las rocas y el pinar que llegan hasta el mismo borde hasta asomar otra vez al llano del cabo y poco después llegábamos a la pequeña Cala Beltrán que apenas puede considerarse cala donde un ruidoso grupo de turistas enfundados en neopreno se dedicaban a saltar de un lado a otro.
Ese encuentro significó el cambio de la excursión solitaria y el paisaje campestre que habíamos llevado durante toda la mañana a la excursión marcada por ese intrínseco perfil turístico que tiene la isla.
Mientras seguíamos el camino que bordea el litoral, veíamos a lo lejos las lanchas que cruzan el mar rayándolo de blanco en dirección a nuestra próxima parada, Portals Vells y poco antes de asomar a la cala veíamos alejarse el exclusivo yate Utopía de 71 metros de eslora, lo que ya decía mucho de lo que podíamos esperar al otro lado del pinar.
Bajo la sombra de los pinos llegamos al fin junto al grupo de playas y los colores y olores nos envolvieron los sentidos.
Portals Vells se trata de un grupo de pequeñas playas arropadas en una pequeña bahía de aguas de un maravilloso azul brillante salpicado del blanco de los yates y rodeada de una preciosa caliza laminada de color dorado y más allá de la vista el olor fresquísimo del mar y la sal del aire nos hacía respirar profundo como si con ello pudiéramos hacer nuestro parte del encanto de este lugar.
Caminando sobre la caliza de la orilla íbamos atrás en el tiempo hasta dar con la entrada a una enorme cantera, que hoy recibe el nombre de Sa Cova de la Mare de Déu, que se adentra en la tierra de donde se dice que se extrajo mucha de la caliza que se usó para levantar la catedral de Palma.
Ciertamente es un hueco que en si mismo es asombroso. Con cortes rectos y columnas gruesas, ventanas naturales desde donde la luz inunda la oscuridad del interior y una mezcla de colores que llena de contrastes la profundidad de la cueva. Unos grabados en la pared de la entrada que recuerdan, en cierto modo, a los antiguos Mayas y una celda con una gruesa reja de forja le dan a todo un aire de misterio realmente singular.
Volvemos al presente deshaciendo nuestros pasos hasta volver a la playa donde los primeros bañistas pasan apuros cuando el agua llega al ombligo, más atrás, seguimos la carretera unas decenas de metros hasta dejarla tomando una pista rural que asciende la pequeña elevación que separa los dos torrentes que llegan a Portals Vells.
Este tramo, que nos llevaría en dirección a Ca Na Brutes, se empezó a llenar de puntos rosados que pronto llamaron nuestra atención ya que, por lo visto, se trata de una variedad de orquídea y, como bien sabemos, contamos con una fan de las orquídeas en nuestro reducido grupo, así pues el monótono y soleado camino de arenisca y pinar se vio animado por el ir y venir de la abuela que no salía de su asombro por la gran cantidad de esta bulbosa flor.
Así pues, mientras dejábamos pasar la euforia por las orquídeas, decidimos parar a comer una vez atravesado las instalaciones militares que habíamos pasado en la mañana.
Bajo la agradable sombra de un pino, junto a la entrada de uno de los túneles, nos sentamos a comer.
Después de dedicarle un buen rato a este momento y hacer una concienzuda siembra de huesos de cereza, levantamos el grupo y recorrimos el mismo camino por el que en la mañana habíamos comenzado esta variada y bonita excursión.

Hasta la próxima que será muy pronto intentando exprimir los últimos días de la primavera.
Víctor






Distancia: 12km 880m
Tiempo: 5h 48m

Mapa de la ruta, clicar al enlace
El Toro, Cala Figuera y Portals Vells

Gráfica de altitud
(clicar en la imagen para ampliar)

domingo, 15 de mayo de 2016

Crónica: Puig de Sant Salvador y Castillo de Santueri

Está visto que este año todo pasa a cámara lenta para Caminets de Mallorca.
Hace algo más de un mes hicimos la que era la tercera excursión del año para nosotros, una cifra muy perezosa si la comparamos con el año pasado jaja pero bueno, así son las cosas. Y con la misma pereza van llegando las crónicas a este lugar.

En una mañana de sábado estupendamente primaveral salíamos de casa, esta vez sin necesidad del coche ya que la excursión que teníamos pensado hacer nos llevaba a dos de los símbolos de nuestro pueblo: Sant Salvador y el castillo de Santueri.
Recorriendo las calles a la sombra matinal pasamos frente a la magnífica escalinata de la iglesia de Sant Miquel y poco después, en dirección a la Creu Nova, nos parábamos un instante a comprar nuestras empanadas para la merienda. Eso no cambia nunca.
Después de esperar a que Pepe consiguiera reunir céntimo a céntimo el pago de las empanadas, seguíamos atravesando el pueblo hasta desviarnos hacia el camino de Son Quelles.
Desde ahí se acababa el ruido de la actividad de la mañana felanichera, el ir y venir de coches y demás, y nos adentrábamos en el camino rural que nos llevaría junto a la falda del monte que ya se levantaba frente a nosotros como una sombra frente al sol de levante y contrastaba con un cielo azul espectacular.
Por la pista de grava que caminábamos, no podíamos dejar de pensar en el fuego que no hace mucho arrasó gran parte de esta ladera, a un lado del camino unos pocos pinos con aspecto triste esperan que el otro lado del camino, ahora totalmente pelado de árboles, recupere su antiguo aspecto verde y vivo.
Así pues llegábamos junto a la cruz de piedra caliza que marca el inicio del ascenso hacia el puig donde se separa la carretera del antiguo camino para senderistas.
Se convertía así el camino en un sendero que serpenteaba entre la baja vegetación y algún tímido pino que intentaba ir abriéndose paso.
En ascenso continuo, poco a poco nos íbamos acercando más a la montaña y cubriéndonos del pinar hasta quedar a la sombra de la ladera mientras el camino se convertía en un zigzagueo cada vez más cerrado que nos llevaba de tramo en tramo, atravesando la carretera, colina arriba.
Poco antes de llegar a la Capelleta que simboliza la mitad del ascenso, nos detuvimos unos instantes en un lugar asociado a historias antiguas que sitúan una comunidad de gigantes viviendo en este monte y que recibe el nombre de Es macolí des Gegant, una roca redondeada que se dice que tiene poderes mágicos.
Y casi sin detenernos, intentando huir del jaleo de un pequeño grupo, seguíamos el ascenso contando las pequeñas capillas que ilustran el calvario de Jesús en su camino al monte de los Olivos.
Una hora y media después de salir de casa, llegábamos al merendero junto a la cima donde nos sentamos a merendar, al fin.
A pesar de ser una soleada mañana sin apenas ni una sola nube, se había alzado un aire fresco que no dejó que pudiéramos disfrutar del todo de un lugar tan cómodo para merendar, como casi nunca tenemos, así que sin mucha pausa, volvimos a ponernos en movimiento.
Tras una breve visita al monasterio y en dirección al monumento de Crist Rei, nos desviamos en descenso por un sendero que nos cambiaba de ladera y nos situaba frente al sol y con unas vistas del mar espectaculares.
La línea costera del este mallorquín brillaba bajo el sol y le devolvía los colores del mar y de la tierra con ese tono primaveral, limpio y fresco tan especial. Los núcleos urbanos desde aquí parecen estar enamorados del mar y por eso se amontonan junto a él, o como la bahía de Portocolom que abraza tan fuerte al Mediterráneo que parece haberlo atrapado clavando el bonito faro, blanco y negro para que nunca se vaya.
A lo lejos, más allá del Cap Salines, cabo sur de la isla, se dibuja la isla de Cabrera que también quería sumarse a esta bella postal.
Bajando por un largo camino, a modo de terraza, hacia el valle de Son Gall, no separábamos la vista del tramo que aún nos quedaba por conquistar ya que el Castillo de Santueri se presentaba a lo lejos rodeando el verde llano de su monte.
Una vez en el collado, comenzamos a bordear el puig de sa Comuna Grossa por un precioso camino que se abría por el estrecho hueco que dibujaban los jóvenes pinos y la vegetación y que parecían tener el control de nuestros pasos ya que a ratos nos envolvían casi completamente dejando huecos para poder contemplar el mar.
Y así fue hasta que el bonito sendero nos lanzó a una fuerte bajada por una ladera de tierra suelta por la que llegaríamos al coll de sa Rota Penjada y con un poco más de subida llegábamos a la carretera que nos llevaba, ya sobre asfalto, hasta el castillo.
El castell de Santueri se abrió al público hace poco tiempo después de haber pasado por un proceso de restauración, así que una vez junto a las murallas, iniciamos la visita al lugar.
La entrada principal luce una muralla perfecta coronada por una bonita línea de merlones con su portón con refuerzos de forja y una torre circular y otra cuadrada flanqueándola que le dan un aspecto, a primera vista, muy auténtico. Una vez traspasada la entrada se accede a un bonito campo abierto donde apenas quedan construcciones en pie y que se van visitando siguiendo un sendero que bordea el altiplano.
De nuevo las vistas son espectaculares como la del monte de Sant Salvador que veíamos con una perspectiva poco habitual o cuando pasamos junto a una torre que parece sostenerse sobre el aire colgada en el mismo final del acantilado.
Después de la breve visita a esta reliquia del pasado mallorquín, comenzamos el camino de vuelta siguiendo la carretera mientras decidíamos qué opción tomar para recorrer este tramo final.
Nos decidimos por seguir un camino que volvía a adentrarse en los campos hasta llegar junto al puig de sa Coma donde nos desviamos de la pista rural siguiendo por un sendero entre el pinar ya en las primeras horas de la tarde.
Por un momento hicimos el intento de parar a comer pero como no sabíamos si seguíamos el camino correcto ni cuánto faltaba para llegar a casa, decidimos continuar.
Poco después de dejar atrás el puig d'en Cordella salíamos de entre los árboles y veíamos asomar a lo lejos es Calvari de Felanitx, algo que nos convenció de que no nos habíamos equivocado de camino.
Así pues, seguimos bajo el sol de la tarde por un camino de tierra que nos llevaría hasta las casas de Son Bennásser que se sitúan junto a la carretera por la que recorrimos unas decenas de metros hasta desviarnos hacia el interior del pueblo y de ahí hasta casa donde acababa nuestra excursión.

Una excursión mucho más larga de lo esperado ya que llegamos hasta los 20km. Se me acabó la batería del GPS así que en la gráfica y el mapa, falta el tramo final desde que dejamos la carretera del castillo hasta llegar al punto final, tramo que hicimos con el GPS de los abuelos jaja y así poder sumar a la distancia total.
Así pues hasta la próxima que viendo el ritmo quizá sea ya el Torrent de Pareis allá por Julio,
Víctor






Distancia: +/- 20km
Tiempo: +/- 6h

Mapa de la ruta, clicar al enlace
Sant Salvador y castillo de Santueri

Gráfica de altitud
(clicar en la imagen para ampliar)

domingo, 6 de marzo de 2016

Crónica: de Cala Pi al Cap Blanc

Hace unas semanas Caminets de Mallorca salía a caminar por segunda vez esta temporada. Como seguíamos con la excusa del bajo estado de forma por parte de los dos abuelos, que, visto lo visto, se han tomado muy en serio su papel de abuelos, elegimos una ruta sencilla y no muy larga, bordeando la costa donde suele haber un desnivel prácticamente insignificante.
Así que aquella soleada mañana de sábado salíamos de casa algo más tarde de lo habitual bajo un cielo totalmente despejado luciendo un color azul espectacular.
A eso de las diez de la mañana llegábamos a la diminuta urbanización de Cala Pi, donde dejamos el coche y comenzamos a caminar.
La estrecha cala se cubría aún por la sobra de la mañana y nos envolvía con un fresco típico de una mañana de invierno en Mallorca.
Al bajar por la escalera de piedra llegamos a la playa que luce buena parte de la orilla cubierta de algas aunque el arenal se extienda cortando la tierra isla adentro formado por la desembocadura de un pequeño torrent. Los embarcaderos apilados bajo el acantilado y algunos colgando de él literalmente nos traen el aroma pesquero de este lugar aunque poco queda ya de él.
Caminando sobre las rampas para arrastrar las barcas tomamos una escalera que escala la ladera de caliza hasta llevarnos al llano de Capocorb donde nos paramos a merendar.
Bajo el sol matinal que se va alzando al este, la sombra de la vecina isla de Cabrera siluetea el horizonte y el mar en absoluta calma no alza ni una mancha de espuma en el vasto azul del mar. Pocas veces disfrutamos de un momento tan agradable para merendar y esa mañana ninguna prisa tuvimos para acabar y seguir la marcha. A nuestros pies deseábamos esperar a que la sombra dejara paso a los rayos del sol y ver iluminarse el agua de esa preciosa cala mientras el silencio de una Mallorca invernal nos transportaba a un estado de paz absoluta. Al otro lado de la pequeña Cala Pi, se alza la antigua torre de vigilancia del mismo nombre que parece ser el punto desde donde se decidió rasgar la tierra para formar la playa.
Después de una parada muy relajante aunque algo más larga de lo normal, nos pusimos de nuevo en marcha para continuar la ruta que seguía un pequeño sendero en dirección al mar.
A los pocos minutos de camino, llegamos junto a la diminuta Cala Beltrán que apenas lucía aspecto de cala. La estrecha brecha conduce hasta a una orilla de apenas unos metros de piedras pequeñas y grava que se adentra enseguida en el pinar que cubre el pequeño valle que fue por donde cruzamos atravesando uno de los pocos tramos cubiertos de árboles que encontraríamos en todo el camino.
Poco después de ascender hasta el llano de nuevo, tocamos con el litoral de la punta de Capocorb donde el paisaje se convirtió en un monopolio de caliza recortada por el embate del mar y el viento.
Más allá de las diferentes puntas que la costa cortada dibujaba ya se distinguía la forma de la torre del cap Blanc aunque aun quedaba lejos.
Poco antes de llegar a una zona denominada Es Carril, mi madre, alias "la portadora de la guía", nos anunció que, según leía, en algún lugar de esta zona habíamos de encontrar una pequeña marca oculta junto a un gran pino desde donde podríamos descender a una cueva situada apenas a unos metros sobre la superficie del mar y que sólo era visitable en días con el mar en calma ya que con mal tiempo, el mar la azotaba y la hacía inaccesible.
Así pues pasamos de ser tres excursionistas a ser tres detectives.
Por un momento nos hicimos dueños del "divide y vencerás". Nos separamos. Yo cubría la zona más cercana al mar, con la mirada escudriñando cualquier sombra entre las piedras que pudiera ser algo parecido a una cueva. Más arriba, rastreando las pocas muestras de vegetación, los otros dos "detectives" buscaban el llamado "gran pino" que, al ser lo más alto de la zona las pocas matas de apenas unos metros de altura, lo que en cualquier otro lugar sería un pino mediano o pequeño, aquí podía significar un gran pino... pero bueno, cuando ya nos habíamos olvidado por completo del objetivo de la excursión y lo más extraño que habíamos visto eran unas matas con forma de cuña, decidimos dejar el tema y seguir adelante.
Ciertamente no lo dejamos apartado del todo, así como íbamos acercándonos a Es Carril, revisábamos palmo a palmo con la vista las paredes blancas como cal pura que son en busca de algo que pareciera un sendero de descenso, pero no hubo suerte y es que en verdad parecía imposible que en esos acantilados rectos hasta el mar como cortados a cuchillo, pudiera haber forma alguna de descender de forma segura.
Cuando por fin dejamos atrás todo aquel jaleo accedimos a la antigua zona militar del Cap Blanc.
Un antiguo cartel y un alambre de espino nos advertía de que no podíamos continuar aunque, por suerte, aquel tiempo ya pasó y ahora ya se puede recorrer el sendero que sigue bordeando el litoral.
Pasamos junto a un antiguo puesto de vigilancia colgado literalmente en el borde y pocos metros después estábamos junto a la antigua torre de vigía. Más adelante llegábamos junto al faro de Cap Blanc.
Bordeando el pequeño muro que rodea el edificio llegamos junto al camino que da acceso desde la carretera y, como la barrera está cerrada, así como todo el lugar en si mismo, saltando la pared accedimos al patio para retratar al grupo en la entrada del faro... pero teníamos un problema, la fémina del grupo sentía que estábamos violando la propiedad privada y se negaba a posar sus civiles pies en suelo militar. Pero llegado el momento, salto la pared y cual gacela corrió despavorida hasta plantarse frente a la cámara y quedar retratada en la foto de grupo.
Muy bien madre!
Pensaríamos que con igual presteza volvió a salir del recinto pero no fue así, al final le cogió el gusto y aprovechó para hacer su barrido fotográfico.
Conseguimos salir cuando los vehículos del ejército sonaban ya a lo lejos y la infantería se desplegaba por todo el lugar para detenernos por delincuentes... por supuesto, nada de esto pasó sino que salimos tranquilamente por donde habíamos entrado subrayando que incluso en el patio trasero del faro, el que da al mar, se han colocado barandillas de madera para que no haya peligro para quién quiera pasar un rato en ese lugar disfrutando de una de las vistas más bonitas del horizonte oeste mediterráneo.
Ya recuperada la calma comenzamos el camino de vuelta por el mismo sendero que habíamos llevado hasta ahora.
Pasado ya el mediodía, el sol calentaba como en un día de primavera aunque se había levantado algo de viento que hacía ver el mar algo más revuelto mientras a lo lejos seguía Cabrera acompañándonos como había hecho durante todo el día aunque nos hubiéramos despistado algún momento buscando la misteriosa cueva.
Poco antes de llegar de vuelta a la punta de Capocorb pasábamos de nuevo por un tramo de pista rural de grava, ancha como una carretera que nos hizo sospechar de un intento de urbanización que se confirmaría al dar con un tramo donde aún sobrevive el asfalto puesto para tal efecto. Siguiendo, esta vez, este camino, cruzamos Cala Beltrán por un paso más alejado del que habíamos tomado en la mañana y poco después estábamos de nuevo junto a Cala Pi, habiendo recorrido el camino de vuelta mucho más rápido que en la mañana.
Justo a la hora de comer nos sentábamos bajo un dúo de pinos que nos enmarcaban la cala y la vieja torre.
Esta vez el sol ya había levantado todas las sombras de la mañana y la arena del fondo de la cala hacía brillar el agua tan espléndida como sólo se ve en estos meses de descanso turístico. El viento no hacía tan agradable esta parada como lo fue en la mañana y las orugas de los pinos hicieron que no tardáramos en seguir la marcha.
Bajamos de nuevo la escalera recortada que nos llevaba a los embarcaderos donde el blanco de sus paredes contrastaba con las barreras verdes y que nos recuerdan tanto a esas antiguas postales de la isla. Las algas parecían mezclarse con la arena y no cubrirlo todo de su color marrón oscuro mientras que cruzábamos la playa hasta la escalera del otro lado que nos llevaría de nuevo hasta la parte superior junto a la urbanización.
Antes de coger el coche para volver a casa, llegamos hasta la torre que habíamos visto sólo desde lejos con el mar entre nosotros y que se clava en esta punta de Cala Pi. Más allá se ve la costa de Sa Ràpita con su línea blanca de arena de uno de los lugares más reconocidos de la isla como es la playa de Es Trenc.
Con esta preciosa vista, cuando el color anaranjado de las primeras horas de la tarde comenzaba a pintar la caliza, poníamos punto y final a esta ruta corta pero bonita y muy marinera.

El kilometraje no está completo, no lo pusimos en marcha justo al comenzar. Pequeño fallo.
Hasta la próxima.
Víctor






Distancia: +/- 14km
Tiempo: +/- 5h

Mapa de la ruta, clicar al enlace
de Cala Pi al Cap Blanc

Gráfica de altitud
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domingo, 14 de febrero de 2016

Crónica: de Cala Agulla a Cala Torta

Cuanto tiempo ha pasado...
Y es que esta temporada 2015/2016 ha comenzado muy muy perezosa para Caminets de Mallorca.
Estuvimos de reformas en casa y se llevó consigo los primeros meses en que las temperaturas suelen comenzar a ser agradables para ponerse a caminar por la montaña y cuando acabó, más o menos, todo el jaleo, ya se habían colgado las luces de navidad, época en que los fin de semanas suelen estar muy ocupados entre compras y acontecimientos sociales... así pues, justo antes de quitar la última página del calendario, decidimos salir a comenzar oficialmente la temporada senderista y a la vez despedir el año.
Fue una excursión que nos tomamos más como una salida para estirar las piernas y quitarnos el mono de envolvernos por la naturaleza así pues decidimos hacer estar rutita, fácil, que ya habíamos hecho prácticamente igual en otra ocasión, pero bueno la idea era colgarnos las mochilas y salir una vez más.
Con la misma pereza me he tomado la crónica de ese día y sumado a que también ha coincidido con mi temporada alta en cuanto a competiciones de atletismo... aquí nos hemos plantado, a mitad de febrero cuando al fin me decido a publicar lo que aquel día 26 de diciembre nos trajo.

Así como venían siendo los últimos días del año, aquella mañana amanecía algo gris pero con muy buena temperatura y sin riesgo de lluvia. Nos pusimos en camino hacia el extremo más oriental de la isla hasta llegar junto a la playa de Cala Agulla donde dejamos el coche y comenzamos a caminar poco antes de tocar las 10 de la mañana.
Después de dejar atrás las urbanizaciones, ahora desiertas, accedíamos a la playa donde el silencio sólo roto por el mar al llegar a la orilla, nos acompañaba mientras cruzábamos todo el arenal hasta llegar al pinar que esconde la playa y, una vez allí, paramos a merendar.
En una antigua mesita de piedra, mirando al mar en calma en una mañana de invierno, nos cuesta imaginar un lugar mejor para comernos nuestras empanadas, unos dulces... y darme cuenta de que hace tanto tiempo que no usaba la cámara que tenía las baterías a punto de morir.
Por el camino de Coll de Marina, junto a Cala Moltó, una vez dejada Cala Agulla, fuimos dejando atrás la costa y el mar siguiendo el ancho camino rural que une las dos calas que flanquean el puig de s'Agulla y casi una hora después llegábamos a Cala Mesquida.
El arenal se extiende decenas de metros tierra adentro y una bonita pasarela de madera nos lleva de un lado a otro de la playa, momento en que las baterías de mi cámara decidieron que ya me habían dejado suficiente margen y dejaron en manos de Pepi el reportaje fotográfico del día. Después, bordeando las calles de la urbanización llegamos hasta el inicio de un nuevo sendero que nos conducía en dirección a Cala Torta.
Al sol le estaba costando apartar las nubes igual que a los dos abuelos, ahora sí puedo decirlo literalmente, les estaba costando esta primera excursión, mientras, intentaban disculparse con la excusa de falta de entrenamiento...
Por el camino de arena y piedra caliza seguíamos mientras al frente se alzaba la bonita torre de Es Matzoc y aún más lejos la torre de sa talaia Moreia hasta que nos desviamos por una bajada a la sombra del pinar que nos llevaría junto a la playa de Cala Torta.
Es en días como este, en momentos así, cuando más sientes que descubres la isla. Nadie describiría una playa en Mallorca como lo haría quien en un soleado día de invierno ha caminado hasta aquí, sin nevera, sin sombrilla, sin chanclas... No hay una sola toalla que tape la blanca arena, no hay una sola colchoneta que impida que el sol atraviese el agua haciéndola brillar transparente como sólo en invierno lo hace. Las algas se amontonan empujadas fuera por el mar o quizá es que no quieren dejar este lugar por mucho que pertenezcan al Mediterráneo. Las gaviotas van y vienen sin quitar el ojo de lo que pueda moverse bajo la superficie del mar, ahora no hay botellas ni plásticos que las engañen y el aire cargado de sal las mantiene hipnotizadas de una playa a otra, de una perla a otra.
Bordeando la cala llegamos junto a la orilla del mar y comenzamos el regreso por el camino que recorre el litoral. Esta vez cambió el decorado verde y soleado por un paisaje de piedras afiladas a la sombra de una pequeña elevación junto a la punta des Boc que luce un curioso tramo de piedra veteada en gris y blanco.
Poco después llegábamos de nuevo a Cala Mesquida que luce tan espléndida como Cala Torta aunque no tenga ese aire de soledad con la urbanización colgando de este lado.
Dejábamos atrás las casas cuando entrábamos en las primeras horas de la tarde. Atravesando de nuevo la parte trasera de la playa por la pasarela de madera que serpentea hasta llegar al pinar que se alza a los pies del puig.
Andamos de vuelta el camino que tomamos en la mañana hasta llegar a Cala Moltó donde decidimos parar a comer después de bajar hasta la arena y sentarnos junto al mar.
Como no podía ser de otra manera, la fruta confitada y los dulces nos devolvieron las calorías que hubiéramos podido perder así que, para acabar, nos guardamos una hora de camino hasta llegar al coche ya pensando en ir a dormir la siesta.
Fue una corta y fácil excursión para despedir el año. Se hablaron ideas y proyectos que dejamos sobre la mesa al acabar la temporada pasada y que quizá algún día llegue a ver la luz... quién sabe.
Ahora que ya hemos superado lo que llaman la cuesta de enero, esperamos retomar la actividad y llenar el blog de nuestros pasos por esta preciosa isla.
Sea así.
Hasta la próxima.
Víctor







Distancia: 14,02km
Tiempo: 5h 14min

Mapa de la ruta, clicar al enlace
de Cala Agulla a Cala Torta

Gráfica de altitud
(Clicar en la imagen para ampliar)