domingo, 15 de febrero de 2015

Crónica: 8a etapa GR221 - de Biniaraix a cúber

Hola!
Debido a las bajas temperaturas, estamos disfrutando en Mallorca de la muy inusual nevada que suele caer en contados días cada año, así pues se me ha acumulado el trabajo de crónicas.
Aquí dejo el enlace a la crónica de la séptima etapa que apenas ha tenido unas horas de protagonismo en el blog.

Apenas unos días después de nuestra última excursión, mientras buscábamos poner fecha para la siguiente salida, la cual se iba más allá de las cuatro semanas, las fuertes nevadas cambiaron el color de casi toda la sierra de Tramuntana. Al principio sólo fue una idea fugaz pero al final decidimos que teníamos que aprovechar que la nevada y la siguiente etapa que debíamos recorrer formaban un excelente ejemplo de estar "en el lugar y en el momento adecuado".
Así que el domingo, justo cuando el cielo se empezaba a pintar de color claro, salimos de nuevo de camino a Tramuntana.
Era una buena mañana en el cielo, no excesivamente despejado pero lo suficiente para atraparnos la vista ya desde que nos acercamos a la zona de Palma. Desde la carretera, las montañas se hacían gigantes con su color blanco pintándolas de mitad para arriba y aunque el sueño y el cansancio de un sábado físicamente agotador (al menos por mi parte) nos mantenía en silencio y algo aletargados, se nos pintaba una sonrisa en la cara al ver regresar la nieve a la maravillosa isla de Mallorca.
Poco después de las 8.30h de la mañana ya estábamos de vuelta en Biniaraix. Dejamos el coche junto al torrente casi en el mismo lugar que hacía una semana y nos pusimos en marcha hacia el barranco.
Después de atravesar el pequeño pueblo y dejar atrás el lavadero junto al camino ya encaramos la brecha por la que desciende el torrent de Biniaraix el cual tenemos intención de remontar hasta colarnos entre las cimas más altas de la serra.
Al llegar al curso del torrente, atravesamos el puente que se convierte en un sendero empedrado que al instante comienza a ascender.
Es una mañana fría, muy fría y las nubes, como de costumbre, se cierran sobre las montañas que parece que nunca son capaces de superar y tiñen de ese color pálido todo cuanto vemos, todo menos la nieve que salpica las cimas que curiosamente es lo único que tiene un color diferente.
El ascenso es un monótono camino que sólo se ve endulzado por el musical sonido del agua corriendo colina abajo saltando de una piedra a otra hasta que llegamos al gorg de can Catí que hoy se llena de agua que baja desde la cascada y sigue con fuerza hacia abajo.
Después de pararnos a merendar en ese rincón junto al curso del agua, algo que muy pocas veces podemos hacer, seguimos con nuestro ascenso hacia el coll de l'Ofre.
El camino sigue zigzagueando cada vez más atado a la pared del barranco, con su perfecto empedrado que se va tapando del blanco hielo que se ha formado a causa de la nieve machacada, lo cual hacía nuestros pasos más inseguros y lentos. La nieve se iba acumulando también conforme íbamos ganando altura y desde aquí, veíamos a lo lejos Sóller e incluso el faro de Muleta que nos daban una idea de lo lejos que puede llevarnos el simple hecho de caminar.
Mucho antes de llegar a la altura del salt dels cans ya nos veíamos rodeados de nieve, incluso la figura del Cornador parecía más imponente cuanta más nieve se iba acumulando en las laderas y las cimas más inaccesibles se mantenían desnudas con su color gris.
Así seguimos paso tras paso hasta llegar al collado junto a las casas del Ofre.
Aquí se abría el valle ya cubierto por completo de una gruesa capa de nieve, de las montañas que nos rodeaban, prácticamente ni rastro tapadas por las nubes.
Siguiendo el sendero de apenas medio metro de ancho que habían dejado otros excursionistas a su paso, nos dirigimos hacia el norte, no sin antes hacer alguna que otra estirada en esas zonas que nadie había tocado y tenían ese aspecto de merengue.
Cada paso que dábamos fuera del sendero, se hundía hasta casi las rodillas, así hasta llegar al pla de l'Ofre que corona una cruz de metal. Ahí, un grupo disperso de unas decenas de excursionistas hacían del lugar más parecido al campamento base de una alta montaña que a un lugar en la isla de Mallorca. A esta altura, rozando los 1000 metros de altitud la niebla cayó sobre nosotros hasta apenas dejar una visibilidad de unos metros, más allá era como nadar en un cuenco de leche: todo blanco.
Nada se veía ni se reconocía más lejos de lo que teníamos delante de la cara, apenas figuras en movimiento eran el resto de excursionistas y de nuestro destino, Cúber, ni rastro, sólo un débil reguero de pasos que se alejaba del lugar y se adentraba en la espesa niebla.
Después de fotografiar este maravilloso instante, seguimos uno tras otro hacia el valle donde debía estar el embalse.
Al poco de reanudar la marcha, llegamos a una arboleda de esas de película.
Es uno de esos escasos momentos en que nuestra mente deja de estar en Mallorca para volar a un lugar absolutamente diferente. La niebla se alzó lo justo para ver los troncos oscuros de los árboles rayar todo frente a nosotros, en el suelo, que no veíamos ni bajo nuestros pasos, capas y capas de espesa nieve que lo cubría absolutamente todo y rompiendo el silencio que este paisaje imponía, las gotas de deshielo que caían desde las ramas de los arboles marcaban un continuo tempo que nos animaba a seguir caminando para no acabar mojados de agua helada.
En algunos claros aparecían árboles con las ramas cargadas de nieve hasta hacerlas bajar rindiéndose a la fuerza incluso algunos que habían cedido completamente y yacían ya volcados y casi ocultos bajo el manto blanco y pensamos que sólo haría falta una repentina nevada para borrar el camino y encontrarnos en un lugar absolutamente desconocido para nosotros a pesar de haberlo recorrido varias veces en el pasado.
Así, paso a paso salimos de la vegetación y la niebla se despidió de nosotros como quién deja escapar a un pájaro enjaulado y de pronto, a lo lejos, aparecía el embalse de Cúber.
A nuestra derecha se alzaban Sa Rateta y Na Franquesa, dos de los tres "miles" que flanquean este valle, rodeados de nubes dispersas que contrastan con el cielo azul que hoy tiene ese azul, tras las nubes, que sólo tiene el cielo después de una tormenta, brillante y profundo, y la nieve, que allí sólo ha conseguido agarrarse a algunos salientes, aquí abajo había convertido este despejado valle en una nube gigante e impoluta.
Ya junto al embalse nos sorprendió que parte de él seguía aún cubierto de una fina capa de hielo y cuando ya empezábamos a ver el final de esta preciosa excursión, otra gente que nos íbamos encontrando en sentido contrario nos informaron de que la carretera estaba cortada, así pues, la idea de que nuestro taxi llegara aquí para recogernos se iba esfumando.
Después de pasar sobre la presa atascada de nieve, recorrer todo el camino que bordea el embalse y llegar, al fin, hasta la carretera, confirmamos que no había tráfico abierto en la carretera y que debíamos volver a pie hasta Biniaraix.
En este punto habíamos acabado formalmente nuestra octava etapa, apenas 10km nos habían ocupado 5h de caminata y decidimos seguir la carretera por si más abajo se abría el tráfico y podíamos seguir con el plan del taxi para no volver por el camino hecho a través de la nevada y descender el barranc con su empedrado peligrosamente congelado.
Así pues nos pusimos en marcha por el asfalto que había sido liberado de la nieve que se amontonaba en la cuneta alcanzando una altura y un grosor impresionante.
El primer tramo ascendía hasta la base militar donde las vistas del puig de ses Vinyes y su pared vertical era impresionante así como el aspecto de la carretera rodeada de nieve y árboles tapados de blanco. Desde ahí ya comenzamos a descender y a la vez a buscar un modo y un lugar donde parar a comer.
Después de pasar por el túnel, oscuro y con un incesante goteo de agua desde todas partes, acompañado de un tiro de viento helado llegamos hasta un grupo de excursionistas que se habían apostado sobre un montón de nieve a modo de barra de bar lo cual nos dio la solución para calmar el hambre que ya, sinceramente, nos estaba ganando las fuerzas.
Un poco más abajo paramos pues en una de esas cunetas llenas de nieve, sacamos nuestros cacharros y al fin comimos.
Ahí sentados sobre la nieve resultaba irónico pensar en lo que llevábamos recorrido en esta aventura, días calurosos de sol que acabaron tomando un refresco junto a la playa llena de bañistas, lluvia que nos caló hasta los huesos, viento que no nos dejaba ni entendernos a pesar de estar uno junto al otro… y ahora ahí estábamos en ese momento, sentados sobre la nieve. Y todo ello en Mallorca.
Después de comer continuamos nuestro descenso por la carretera que cada vez se iba llenando de más y más gente y cada vez con menos aspecto de excursionistas, lo cual nos hizo pensar en que estábamos cerca de donde los coches podían llegar y así fue en parte, cuando pasado el punto kilométrico nº 42 llegamos a un valle repleto de gente. Justo cuando llegamos vimos un cartel de GR221 que inicaba Fornalutx a 1h de camino siguiendo por el sendero de curioso nombre "s'alzina fumadora".
Aún recordábamos como en nuestra última excursión, en el tramo final y junto a Binibassí, de camino a Biniaraix, vimos un desvío en dirección a Fornalutx asi que sumando tiempos esperábamos en apenas hora y media quizá estar ya en el coche. Vistas las previsiones, nos olvidamos del taxi y seguimos el sendero alejándonos del bullicio estridente de la gente.
El camino se adentraba en un bonito pinar y superaba un monte "decorado" por la nieve y desde donde veíamos el cielo ir tomando un color anaranjado, después descendimos y casi media hora después escuchábamos otra vez la gente y llegamos nuevamente a la carretera.
En verdad estábamos un poco desorientados al principio porque no nos esperábamos encontrar una carretera al final del paseo pero de pronto nos dimos cuenta de dónde habíamos ido a salir pues teníamos frente a nosotros el punto kilométrico nº 43.
Habíamos recorrido un camino de montaña de casi media hora para avanzar apenas unas centenas de metros que podríamos haber hecho siguiendo la carretera en unos minutos...
Aix.
Bueno, después de ese desagradable momento vimos por donde continuaba el camino de la ya no tan simpática alzina fumadora, la cual no conocimos por cierto, y comenzamos un fuerte descenso por un bonito camino empedrado hasta llegar a Fornalutx.
La nieve había desaparecido ya totalmente de nuestro alrededor y el sol había bajado hasta asomarse bajo las nubes y pintarlo todo de atardecer.
Después de dejar atrás el pueblo, continuamos por un tramo de carretera y salimos en el primer desvío que nos llevó a Biniaraix sin pasar por aquel camino que esperábamos tomar, y es que quedaba más arriba aún, pero bueno la verdad es que por ese día, ya habíamos tenido suficiente.
Finalmente estábamos en el coche con una cuenta final de 9 horas y algo más de 24 kilómetros y una desagradable sorpresa:
el afán recaudatorio de las asquerosas autoridades había ordenado multar, en un día tan señalado a causa de la nieve a todo aquel que había aparcado en el tramo entre Sóller y Biniaraix, tramo en el que siempre se ha aparcado sin ser multado y donde no existe ninguna prohibición de aparcar salvo que, curiosamente, es un tramo interurbano considerado como carretera, con lo cual, está prohibido aparcar según la ley vial aunque en ningún lado se dé a conocer el tipo de vía de que se trata.
Vomitivo que aprovechen un día así para hacer caja. Las ganas de joder y de aprovecharse de la gente no tiene límites para la clase política, nadie de los que aparcaron en plena carretera de los muchísimos que lo hicieron camino a Lluc fueron multados, porque no hay HUEVOS es más fácil hacerlo a escondidas en donde nadie vaya a protestar, cobardes.

En la cuenta del kilometraje y tiempo sólo sumaré lo que cuenta para la ruta GR221.
Ya hemos superado los 100 kilómetros de ruta! :)
Hasta la próxima.
Víctor





Distancia: 10,17km
Tiempo: 4h 55min
Distancia total acumulada: 104km 440m
Tiempo total acumulado: 42h 28min

Mapa de la ruta, clicar al enlace
8a etapa GR221 - de Biniaraix a Cúber

Gráfica de altitud
(Clicar en la imagen para ampliar)

Crónica: 7a etapa GR221 - de Deià a Biniaraix

Hola!
Hemos tenido unas semanas muy ajetreadas que, junto a mi habitual pereza a la hora de editar las crónicas, han hecho que se me acumule el trabajo jeje pero bueno, allá vamos.
El último día de enero salíamos de nuevo de excursión otra vez, en una mañana fría y gris.
De camino a Sóller, ni una sola vez vimos la luz del sol abrirse paso entre la espesa capa de nubes y es que durante toda la semana no cesó la lluvia y teníamos serias dudas de que ese sábado no nos cayera una buena ración de agua.
Poco después de "pasar por el tubo" llegamos a Biniaraix donde dejamos el coche y nuevamente, el servicio de taxi nos devolvió al último punto recorrido allá en Deià.
Así pues, poco antes de las 10 de la mañana, dábamos nuestros primeros pasos descendiendo hacia cala Deià donde habíamos decidido parar a merendar.
La pequeña calita estaba casi totalmente tapada de algas que el mar empujaba cada vez más cerca del triste chiringuito veraniego que durante estos meses de invierno luce un aspecto destartalado empotrado justo donde las laderas se desmoronan. El mar revuelto no brillaba con su color turquesa ni siquiera donde el torrente descargaba litros de agua dulce a la salada costa norte de Tramuntana, y mientras, nosotros buscábamos un rincón donde el viento nos dejara disfrutar de nuestras empanadas.
Sin perder mucho tiempo para no coger frío, seguimos nuestra ruta, esta vez, deshaciendo los pasos hechos hasta llegar, un poco más arriba, de nuevo junto al pont de sa Cala donde dejamos el asfalto para adentrarnos en el húmedo pinar y seguir con nuestro ascenso.
Poco a poco íbamos dejando atrás la oscuridad sombría del estrecho valle de la cala y empezaba a asomarse el mar y se iba alargando la línea del litoral. Una vez que cruzamos la carretera, seguimos por un camino que unía varias grandes fincas con magníficas vistas al mar incluso desde donde veíamos asomarse los Còdols Blancs que ya quedan atrás junto a cala Deià, hoy poco lucidos por el tono gris que lo cubre todo.
El camino seguía ascendiendo, ahora mezclando tramos de pinar con tramos de encinar pero a la vez todo rodeado del encanto de un camino de Tramuntana, empedrado en ciertos lugares dibujando un sendero blanco entre la vegetación y en otros sobre un lecho de tierra oscura salpicado de olivos que impregnan de su característico olor toda la ruta.
Con la vista buscando los huecos que nos dejan ver entre las ramas de los árboles el mar pintado de puntas blancas, llegamos al fin a Son Coll desde donde acababa este largo ascenso y poco después nos llevaba hasta la font de ses Mentides, escondida en un verde y diminuto valle donde un pequeño arroyo corría desde el hueco de la pared de la fuente por el canal ladera abajo.
Desde ahí el camino ascendía hasta llegar a la altura de un solitario e inmenso pino que vigila, desde lo alto, unos campos de cultivo donde tuvimos la inesperada visita de un "semejante" jaja y poco después, pasando por el patio de la finca de Can Prohom, llegamos al destartalado oratorio de Castelló, que sigue en pie gracias al abrazo metálico de las bigas a pesar de las decenas de grietas que rayan desde sus paredes hasta la diminuta capillita que sujetaría en su día una campana.
Qué triste tocar el paso del tiempo, qué triste contemplar la decadencia...
Después de unos pasos de nuevo por la carretera, salimos siguiendo un nuevo camino asfaltado que dejaríamos al salir de él en dirección al refugi de Muleta.
Ahora en una ancha pista rural descendíamos entre el pinar hasta llegar a un cruce donde seguimos un sendero que se adentraba hacia un cerro que poco después se convertiría en un camino lleno de piedras, que no es lo mismo que empedrado, donde se hacía hasta complicado caminar sin tropezar entre los huecos. Aún así, desde allí, tuvimos las primeras vistas sobre el Port de Sóller y el faro de Muleta que asomaba tras los árboles.
Al llegar al refugio, el viento era fortísimo y aunque había llegado la hora de parar a comer, ni nos planteamos hacerlo en aquella terraza donde a penas podíamos hablar. Una pena no poder disfrutar de un día soleado de esas magníficas vistas, así pues, decidimos seguir bajando hasta llegar junto a la playa donde encontramos un rincón donde probar el invento de las bebidas autocalentables jaja.
La verdad es que no se calentaron lo suficiente como para darles un excelente pero una bebida caliente en un día de excursión, frío como este, al menos te calienta el espíritu jeje.
Después de comer seguimos las calles hasta llegar a la carretera que une el Port con Sóller y siguiendo las líneas del tren, que al menos le daban un toque especial a esto de caminar por la carretera, llegamos junto a lo que parece ser el comienzo del pueblo.
Sóller es como si hubiera pasado un avión Beluga y hubiera descargado cientos de casas desde el cielo. Es un total laberinto de caminos, corrales, calles y casas, todo esparcido por el valle donde la única manera de orientarse es poner una referencia al frente y seguir lo más recto posible intentando no perderse entre la vía del tren, coches o el torrente que se cruzan, una y otra vez.
Y así hicimos, caminamos con la vista puesta en el lejano campanario de la iglesia de Biniaraix que luce como un faro a los pies de la brecha dels Cornadors.
Al rato de caminar por el desparramado pueblo, y más cerca del final de esta excursión, nos topamos en un desvío con unas indicaciones del GR221 que nos alejaban del pueblo hacia el monte desviándonos, aparentemente de la dirección vial a Biniaraix.
Estábamos cansados y con ganas de llegar al coche, pero mi madre y yo optamos por seguir la ruta oficial que aseguraba que en unos 45 minutos estaríamos en Biniaraix, mientras que mi padre, sucumbió a la presteza que parecía garantizar seguir por las calles así que dividimos el grupo.
Por nuestra parte, nada más desviarnos, seguimos por un camino asfaltado que ya de un primer momento hizo desaparecer el ruido del tráfico que habíamos llevado casi desde que salimos del Port de Sóller y ascendía poco a poco descubriéndonos unas bonitas vistas de Sóller que desde la lejanía, hace desaparecer el asfixiante laberinto de calles del que está formado. La bonita iglesia se alzaba en mitad del valle protegida de altas montañas que se veían iluminadas con discretas columnas de luz que caen de entre las nubes y más hacia el norte, allí siguen las casas de Biniaraix que no parecen estar en la dirección en que caminamos. Paciencia.
Con muchas dudas sobre qué tipo de camino íbamos a seguir, de pronto nos adentramos en un estrecho sendero rodeado de verde vegetación que nos llevó hasta las casas de Binibassí que se planta en mitad del monte con unas bonitas vistas en perspectiva y, dejando un camino que nos llevaría a Fornalutx, seguimos ya con Biniaraix al fin al frente.
Después de atravesar la carretera que une Sóller con Fornalutx, seguimos por un camino empedrado que ascendía suavemente en dirección a Biniaraix, este último tramo nos regaló un paseo entre antiguos lavaderos que se alimentaban de un riachuelo de agua que serpenteaba por los canales que atravesaban el camino de un lado a otro para hacer pasar el agua por las picas de piedra aprovechando el natural correr de ésta hasta unirse al torrente que habíamos atravesado junto a la carretera.
Y así, después de seis horas de excursión, llegábamos de nuevo al coche, dónde ya nos esperaba Pepe desde no hacía mucho, poníamos punto y final a una bonita, larga y variada etapa y volvíamos a casa.

Hasta la próxima.
Víctor






Distancia: 19,82km
Tiempo: 6h 01min
Distancia total acumulada: 94km 270m
Tiempo total acumulado: 37h 33min

Mapa de la ruta, clicar al enlace
7a etapa GR221 - de Deià a Biniaraix

Gráfica de altitud
(Clicar en la imagen para ampliar)