domingo, 4 de septiembre de 2016

Crónica: Fita del Ram

Hace calor.
Por eso y por vago, se me han pasado las semanas sin publicar las dos últimas excursiones de Caminets de Mallorca. La última, como no, fue hace 2 semanas al Torrent de Pareis, fotos que publicaré en un par de días para dejar cierto protagonismo a la crónica de la salida que hicimos a principios de junio.

Como era de esperar, en una soleada mañana de sábado nos pusimos en camino hacia Esporles, desde donde empezaba esta excursión que habíamos elegido pensando en el calor de estas fechas y que podía suponer un lastre muy duro.
Al llegar a Esporles, dejábamos el coche y comenzábamos a caminar... no en dirección a la excursión, sino que la primera parada la hicimos en el horno junto al mercado donde compramos lo más importante del día: la comida. Empanadas y dulces de chocolate no pueden faltar en un día de senderismo. Después, cargamos unas cerezas del mercado y ya sí nos pusimos a caminar, dejando atrás la iglesia, por las calles hasta dar con el camino de sa Font de Dalt desde donde dejamos el asfalto y comenzamos un corto ascenso que nos llevaría junto a la fuente y un gran abrevadero donde decidimos sentarnos a merendar.
Sí, apenas llevábamos 15 minutos andando y ya habíamos parado a comer.
La verdad es que fue un lugar ideal donde parar bajo la sombra de las higueras ya que, según el mapa, nos esperaba un largo recorrido por una pista asfaltada, donde seguro no habría sombra donde poder disfrutar de la merienda.
Así que después de acabar con unas empanadas que no nos harán volver a Esporles para repetir, nos pusimos de nuevo en marcha con el sol apretando fuerte sobre nosotros en cuanto pisamos de nuevo el asfalto.
El camino de Son Tries iba bordeando el monte que en un momento u otro íbamos a tener que ascender, ya que sobre él se haya la ermita de Maristel·la, aunque no teníamos muy claro cuando abandonar la carretera y así anduvimos, siguiendo el mapa que Pepi llevaba convenientemente, pasando por cada una de las fincas que en él se señalaban, el problema es que la lectura de la descripción no fue todo lo efectiva que debía ser, así que hasta que un servidor no se hizo cargo de la situación, no nos dimos cuenta que nos habíamos pasado el camino correcto hacía ya un buen rato.
Entonces no hubo más remedio que deshacer nuestros pasos hasta dar con el camino que comenzaba saliendo de la carretera por una barrera metálica que sospechosamente se encontraba frente a frente con lo que parecía ser el antiguo sendero de ascenso hacia la Ermita, con lo cual poco sentido tenía hacer que los senderistas caminen sobre asfalto en vez de recorrer un sendero. Un nuevo episodio negativo con nuestras pequeñas fichas del Govern...
Bueno, superado el error y por fin bajo algo de sombra, comenzamos a ascender, esta vez ya por una pendiente que era toda una declaración de intenciones.
Si hay que subir a un lugar Santo, que sea sufriendo.
Este año nos habíamos dedicado a elegir rutas facilonas y en general bastante planas pero esta vez estábamos subiendo todo lo que habíamos dejado de subir durante la temporada.
Por un continuo zig-zagueo, la pista, a ratos sobre hormigón y a ratos sobre grava, iba subiendo rápida y duramente mientras veíamos cambiar a nuestro alrededor la vegetación dejando atrás el seco pinar y cada vez más las encinas se iban adueñando del paisaje.
Lo mejor de aquel duro desnivel eran las vistas que de vez en cuando se iban abriendo paso entre los árboles. Desde aquí hasta el mar nos llegaba a la vista apareciendo tras los montes del raiguer mallorquín.
Al fin, en un llano del bosque, escondido tras las encinas, llegamos al Cor de Jesús.
Un mirador coronado con la figura de Cristo con sus brazos abiertos observa el pueblo desde las alturas, pintado de blanco inmaculado brillaba bajo el sol del verano que estaba a unos días de llegar.
Fue un instante, tampoco dedicamos demasiado tiempo pero sí que fue muy relajante después de aquella larga y extenuante subida lo que nos hizo olvidarnos un rato del cansancio, lo suficiente como para llegar, un tiempo más adelante, a la ermita de Maristel·la.
Se abría en La Mola un llano descubierto de árboles y en mitad de él, rodeado de tierra roja y piedras la ermita pintada de blanco se levantaba poco lucida rodeada de elementos de obra y barreras como si estuviera esperando la visita de un gran grupo de rock. En las nuevas dependencias un grupo de voluntarios ayudaban a mantener el lugar en condiciones, y se agradece, aunque en mi opinión se había sobreprotegido tanto el lugar que apenas se podía tomar una foto sin que apareciera algo espantoso en ella. A duras penas, casi asaltando el edificio, pudimos llegar al patio frente al pórtico de la ermita el cual sería más bonito sin todo ese alambre para evitar que se acceda a él. La visita fue fugaz y poco agradable sobretodo teniendo en cuenta el duro camino que hay que caminar para llegar ahí, no está de más poder sentarse junto a Maristel·la y beber un poco de agua tranquilamente mientras lees la historia de esta ermita. Pero no pudo ser.
Así pues nos pusimos en marcha en busca de la cima de la Fita del Ram que era nuestro objetivo y que según el mapa, no parecía quedar lejos.
Dejando atrás la ermita nos fuimos envolviendo de nuevo del encinar que afortunadamente nos tuvo a la sombra del buen sol que hizo prácticamente todo el día. El sendero que se había tapado de hojas caídas era el típico camino que recorre la sierra de Tramuntana atravesando sus bosques de encinas salpicado de antiguas casetas de carboneros con sus sitges, algunos hornos de cal y abrevaderos para el ganado que aún siguen almacenando agua.
La verdad es que el bonito camino que iba suavemente ascendiendo nos había tenido bastante distraídos, íbamos saltando de un camino a otro sin tener muy claro hacia qué punto nos dirigíamos ya que estábamos completamente cubiertos por el bosque, hacía un buen rato que ascendíamos y no parecía llegar nunca la prometida Fita.
Después de cruzar otra más de las paredes de piedras que dividen la ladera, ya con el camino prácticamente invisible, nos vimos en un nuevo ascenso que parecía buscar la luz entre las hojas de las encinas y como aparecido de la nada, después de escalar un pequeño y estrecho paso entre unas rocas ahí estaba el punto geodésico que marcaba la Fita del Ram.
Literalmente unos pocos metros de roca que los árboles no habían conseguido conquistar daban sitio a esta cima desde donde podíamos ver las cumbres más altas de la Tramuntana, así como muy a lo lejos se reconocía la ermita de Maristel·la, desde donde veníamos lo cual nos dio una idea del largo tramo que habíamos recorrido y del desnivel que habíamos conseguido ascender.
A partir de ese momento todo lo que nos quedaba era volver hasta Esporles lo que en principio y sabiendo que todo sería en descenso, parecía fácil.
Allá que nos fuimos, vuelta por el mismo camino ya en las primeras horas de la tarde al fin en descenso hasta que llegamos junto a uno de los abrevaderos que habíamos pasado hacía unas horas donde nos sentamos a comer.
La verdad es que estábamos ya bastante agotados cuando nos pusimos en marcha de nuevo y aún quedaba un buen tramo que recorrer.
Algo más de dos horas más tarde desde que dejamos la cima de la Fita del Ram volvíamos a estar en la ermita de Maristel·la que dejamos atrás esta vez desviándonos del camino que habíamos subido en la mañana, aún así el paisaje no cambió en absoluto.
Mientras descendíamos por aquella ladera tapada de encinas íbamos buscando la subida al Castellet que se describía en nuestra despreciada guía como un mirador al valle de Esporles.
No resultó fácil ya que llevábamos tanto rato descendiendo que no sabíamos si nos habíamos pasado o aún nos quedaba un rato para llegar, además de que en realidad no sabíamos que tipo de lugar era ese y a nuestra izquierda, donde debía alzarse el mirador, no veíamos más que lo mismo que la mayor parte del día, es decir, bosque y encina.
Pero de pronto ahí estaba, claramente una escalerita excavada en una pared de roca se agarraba hasta llegar a la cima de una elevación desde donde, una vez despejada la vegetación, efectivamente se veía una bella postal de Esporles.
Descendimos pronto para continuar la marcha y desde una roca cercana pudimos ver la gran peña gris que se elevaba con su forma cuadrada en forma de torre.
Nuevamente a la sombra del bosque notábamos como la luz que se colaba entre las hojas de los árboles se iba volviendo cada vez mas anaranjada y ya cansados del descenso llegamos hasta enlazar con el camí des Correu, que une Banyalbufar con Esporles a través de las montañas.
Este último tramo del camino serpenteaba entre el carrizo y pinar a la sombra de Es Penyal Gran y cuando se empezaba a notar el trabajo del hombre empedrando el camino llegábamos al fin a Esporles poniendo punto y final a esta perezosa temporada 2015-2016.

Fue una excursión larga y dura en los tramos de subida con bonitos paisajes de bosque y algún que otro detalle arquitectónico aunque quizá no de las más espectaculares.
Para completar el año, hace dos semanas recorrimos, como es habitual, el Torrent de Pareis del cual colgaré las fotos en un par de días o semanas para dejar algo de tiempo para esta crónica... que con el tiempo que me ha llevado colgarla ya se lo merece.

Caminets de Mallorca, hasta el otoño.